I. REVERE YA NO ES LA MISMA
Al regresar después de mucho tiempo a su pueblo natal, Revere, Oliver creyó
buena idea tomarse unos tragos y degustar un plato de deliciosas alitas de
pollo a la barbacoa acompañadas por cáscaras de patatas con queso derretido,
espolvoreadas con pedacitos de tocineta, al compás de buena música en el lugar
por donde otrora habían desfilado leyendas del jazz como Sonny Rollins, Duke
Ellington, Ella Fitzgerald, Dave Brubeck, y un sinnúmero de estrellas locales,
entre los que destacaba el joven Chick Corea, de la vecina Chelsea, Massachusetts.
Hasta el establecimiento repleto de memorias se dirigió Oliver con su hermosa y
esbelta esposa Barbra Jean, de Tejas, solo para encontrar al llegar que el
iluminado y llamativo letrero amarillo con letras negras en la parte frontal
del legendario club que otrora anunciaba "Caravan, la catedral del
jazz", había sido sustituido por uno azul, igual de grande, con letras
blancas en forma de arco coronando una cruz igualmente blanca, que ahora
proclamaba "Iglesia de Dios".
II. EL ADIÓS
“Sé que para muchos yo he sido el hombre perfecto, el de los logros descomunales, la felicidad encarnada, opinión que yo he atizado con mi comportamiento altanero en público, lo que no era más que una fachada que pretendía tapar lo triste, solo y vacío de la miserable existencia de mi mundo íntimo”, terminaba la nota encontrada al pie del cuerpo de Fracio que pendía sin vida del techo de uno de los cuartos de su mansión.
III. LA PAZ
Hacía años que el viejo había logrado lo que tanto había anhelado: que no le movieran sus libros, sus lápices ni sus papeles; en fin, que lo dejaran en paz. Con parsimonia haló el cajón y extrajo tarjetas y fotos, y ajustándose los espejuelos prosiguió a dar un viaje al pasado en que esa habitación, hoy a media luz y tranquila, era un hervidero de actividad y risas, donde se oían gritos de niños corriendo y cantos de celebraciones. Servida su curiosidad sonrió, devolvió las tarjetas y las fotos a su sitio, y cerró el cajón. El viejo lloró, pero a su derredor no había nadie que mitigara la tristeza profunda de su melancolía desgarradora.
IV. LA LLAMADA
- "Sí, yo soy la esposa de Joaquín", contestó la señora obviamente molesta y un poco turbada.
- "Dígale, de parte de Vicente, el esposo de su amante Patricia, que ella acaba de fallecer, y no de causas naturales, y que él es el próximo".
V. LA BENDICIÓN
Al encontrarlos les dijo el papá: “Dios me los bendiga, mis hijos”
“Eso está bien y todo, pero no se lo dejes todo a Dios, ¿por qué no nos bendice tú de vez en cuando con lo que necesitamos en casa?", contestó Berto, el más chiquito de los tres.
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