En un artículo que escribió para la revista Mujeres Españolas, expresaba su disgusto con el sistema de la época: “La irritante desigualdad sigue ante la ley y a ningún gobierno se le ocurre ponernos en puestos de importancia: prefieren a un semianalfabeto a una profesora o doctora. Y es que el feminismo dominicano aún necesita lanzarse a la calle, resueltamente”.
Hace unos años le pregunté a un estudioso dominicano de dónde viene la frase Sueña, Pilarín. “No estoy seguro”, me dijo, y añadió que esa expresión, usada por los dominicanos para desalentar las fantasías de los que sueñan despiertos, podía tener su origen en el título de una novela de la escritora Abigail Mejía. No conocía el nombre de la autora ni su obra. A partir de ese día, y sin sospechar cuáles eran los méritos que encumbraban al personaje que estaba a punto de descubrir, empecé a seguir sus huellas.
Mi primer hallazgo fue una versión digitalizada de la novela Sueña, Pilarín, publicada en Barcelona por la editorial Altés en 1925. Unas semanas más tarde, en la hemeroteca del diario español La Vanguardia, me sorprendió una reseña de 1922 dedicada al primer libro de Abigail Mejía. La nota se refiere a un compendio de relatos y artículos periodísticos reunidos bajo el título Entre frivolidades: “Es un libro de la joven escritora dominicana, señorita Abigail Mejía, libro primerizo que tiene el encanto de los amaneceres y la gracia de una labor primorosa de mujer. Abigail Mejía vive en Barcelona y aquí escribe para los periódicos de América”.
Abigail Mejía Solière (Santo Domingo 1895-1941) llegó a España en 1908 acompañada de su madre y sus hermanos. La familia se instaló en el municipio valenciano de Vinaròs. Más tarde se trasladó a Barcelona, donde la dominicana completó su educación primaria y estudió en la Escuela Normal de Maestras. Siendo una joven de notables inquietudes literarias, empezó a publicar sus primeros textos en la revista El Hogar y la Moda. Las crónicas de viaje y los artículos de opinión conforman solo una parte de su prolífica obra. Además de sus novelas y poemas de juventud, escribió teatro, conferencias, cuentos y trabajos de investigación entre los que cabe destacar Historia de la literatura castellana, un libro que fue declarado obra de texto por el Consejo Nacional de Educación de la República Dominicana, y de estudio en varias escuelas de América y España.
Aún me aguardaba una crónica publicada en La Vanguardia en septiembre de 1922. Abigail Mejía, que fue maestra en el Colegio Ibérico de Barcelona, compartió con los lectores del periódico su experiencia durante un viaje organizado para un grupo de maestros a las cuevas de Manacor, en la isla de Mallorca. El texto nos traslada al lugar con un lenguaje descriptivo y poético: “Hay verdaderos pilares que forman capillas, hay bosques de pinos y palmeras. Otras veces es una inmensa pieza de fino encaje de Bruselas lo que pende sobre nuestras cabezas. Una piedra gotea tristemente milenaria, simulando un sauce, como el de Musset, el poeta”.
La buena suerte seguía acompañando mis pesquisas. En una librería de segunda mano me aguardaba otro descubrimiento. El librero a cargo de la tienda me dijo que era uno de los últimos ejemplares de Brotes de la raza que quedaba en España, con el nombre de la autora y el título impresos en relieve sobre una portada de color amarillo pálido. En el índice del libro, que se conserva en buen estado a pesar de que tiene casi cien años, figuran los nombres de los personajes que se corresponden con semblanzas de artistas, genios y conquistadores: Lope de Vega, Murillo, santa Teresa, Ramón y Cajal, Joaquín Sorolla y Simón Bolívar, entre otros.
Para ampliar mis opciones de búsqueda debía contactar con la albacea de Abigail Mejía en República Dominicana. La poeta y ensayista Ylonka Nacidit-Perdomo fue designada por los herederos de la autora como la custodia de su legado literario. Durante años ha trabajado en el estudio, la recuperación y divulgación de su obra. En diciembre de 2018, la doctora Yamile Silva aceptó su invitación para unirse al proyecto de difusión. Con el apoyo de la Universidad de Scranton, la colombiana afincada en Estados Unidos se trasladó a Santo Domingo para tener acceso a los archivos de Abigail Mejía y emplearse en la edición de La sonrisa del paisaje, una recopilación de artículos que fueron publicados por la escritora dominicana en su país natal y España.
La primera parte de la compilación, dividida en varias secciones, empieza con Hojas de un diario viajero, las páginas en las que Abigail Mejía narró su experiencia a bordo del trasatlántico que la llevó de regreso a la República Dominicana tras once años de ausencia. Sus anotaciones empiezan en el puerto de Barcelona el 25 de mayo de 1919. “¡Once años! Casi he llegado a tener dos patrias, dos amores… Ahora al despedirme de la segunda no puedo decirle ¡adiós! sino ¡hasta la vuelta! ¡Voy en busca de la primera y más querida!”.
El pensamiento de Abigail Mejía estaba atravesado por lo que ella llamaba “filosofía de las pequeñas cosas”. Era una mujer sumamente inquieta y observadora. Acostumbrada a viajar con una estilográfica y una libreta en la que tomaba nota de sus impresiones. No perdía detalle. En sus viajes prestaba atención a las locuciones y gestos característicos de las gentes de los pueblos. Podía pasar horas contemplando las pinturas de Goya en el Museo Nacional del Prado, disfrutando de su embeleso: “¡La maja de Goya! —desnuda y vestida. (Si a alguna mujer se le oye decir que no le gusta esta obra de Goya, no la creáis: habla la envidia —la misma que movía, años hace, a una furibunda sufragista a rasgar en un museo de Londres la Venus de Velázquez)”. Se fijaba en las blancas casas de Cádiz, en las pequeñas iglesias de provincia y en los majestuosos altares de Roma, en la cara de un pícaro niño andaluz y en las mujeres envueltas en mantones de luto paseando por una plaza mayor del sur de España. Así fue conformando un bagaje cultural que no solo complacía su sed de conocimiento y belleza; lo que vio en sus viajes por Europa se convirtió en la semilla de los proyectos que forjó en su mente para elevar la cultura de su país.
Pienso que un buen modo de presentar a Abigail Mejía sería acompañando su nombre de la palabra pasión. En el transcurso de su corta vida —apenas vivió cuarenta y seis años—, la cantidad de actividades que realizó en la República Dominicana es sorprendente. Antes de ser designada directora del Museo Nacional, Abigail Mejía había impulsado una campaña para que la ciudadanía y las autoridades consideraran la importancia de fundar el primer museo de su país. En marzo de 1926, manifestó su preocupación por el patrimonio nacional en las páginas de Blanco y Negro: “Tinajas, ídolos, vasos de barro, cráneos… nuestro patrimonio histórico de los aborígenes anda repartido por ahí, en manos de particulares que a veces lo cuidan como se merece, otras no hallan cosa mejor que hacer con ello sino regalarlo a un extranjero, para que vaya a enriquecer los museos de fuera, tan sobrados de todo… Y en cambio en nuestra propia tierra no tenemos ni uno solo”.
Abigail Mejía fue profesora de Castellano, Literatura, Historia y Pedagogía en la Escuela Normal de Santo Domingo y creadora de un plan de alfabetización para mujeres obreras. Su capacidad para pasar del pensamiento a la acción era conocida dentro y fuera de la República Dominicana. En un perfil que publicó la revista La Esfera en 1930, la escritora española Concha Espina reconoció el compromiso de la humanista dominicana con los derechos de las mujeres de su país: “Abigail Mejía ha organizado en su ciudad, con otras intelectuales, un club femenino. Y eso, que se podría considerar como suceso de menor importancia, es, no obstante, un triunfo lleno de ilusiones y perspectivas (…) Tengo yo el honor de pertenecer al grupo Nosotras, de la capital dominicana, y el goce de recordar desde aquí a las mujeres excepcionales que lo constituyen”.
Al club Nosotras, creado por Abigail Mejía en 1927, le siguió la fundación del grupo Acción Feminista Dominicana y la publicación de su Ideario feminista. En 1930 se casó con el asturiano Senén Fernández Valle. Un año más tarde nació Abel, su único hijo. En un periodo de siete años, la dominicana formó su propia familia y trazó la senda de su lucha a favor de la causa feminista de su país. Entre los documentos gráficos que Nacidit-Perdomo conserva, hay una fotografía en la que Abigail Mejía aparece rodeada por un grupo de mujeres, hombres y niños. En la imagen se aprecian más de treinta personas posando delante de la fachada de una casa de madera techada de zinc. Todos posan mirando a la cámara, menos Abigail Mejía, que dedica su atención a las notas que escribe en una libreta. La imagen, de 1934, está archivada con el siguiente título: “Abigail Mejía supervisando el Voto de Ensayo”. El documento es un testimonio de sus esfuerzos para que las mujeres dominicanas pudieran ejercer como ciudadanas de pleno derecho. En un artículo que escribió para la revista Mujeres Españolas, expresaba su disgusto con el sistema de la época: “La irritante desigualdad sigue ante la ley y a ningún gobierno se le ocurre ponernos en puestos de importancia: prefieren a un semianalfabeto a una profesora o doctora. Y es que el feminismo dominicano aún necesita lanzarse a la calle, resueltamente”.
Mi curiosidad me llevó al número 36 de la calle Roger de Llúria, el lugar que aparece señalado como domicilio de Abigail Mejía en Barcelona. Aunque la fachada del edificio ha sido reformada, conserva algunos detalles que se aprecian en las fotos de aquellos años. El dintel de la puerta principal y las rejas de los balcones parecen las mismas. No hay una placa conmemorativa que recuerde el paso de la escritora dominicana por la Ciudad Condal, ciudad que recorrió durante sus paseos vespertinos por las rondas, las plazas, los parques y los templos medievales. “Adiós a la ciudad de las hermosas ramblas de los Estudios, de Canaletas, de las Flores y los Pájaros, donde estos en invierno cantan sobre los pelados árboles hasta dominar el ruido ciudadano”. Aquel 25 de mayo, a las tres y media de la tarde, cuando la sirena del transatlántico Cádiz anunció su partida del puerto de Barcelona, Abigail Mejía imaginó que la estatua de Colón, que desde su elevada columna señala con el dedo las tierras de América, recogía en su brazo extendido los adioses que ella iba arrojando mientras el barco se alejaba dejando su estela de espuma.
*Escrito para la inauguración de la Biblioteca Abigail Mejía en la Embajada de la República Dominicana en el Reino de España.
Sorayda Peguero Isaac es periodista dominicana residente en Barcelona y columnista del periódico colombiano El Espectador. Sus trabajos han sido publicados en Revista Arcadia, Listín Diario, Yorokobu y Periodismo Humano.
Fotos cortesía de Raquel Fernández (nieta de Abigail Mejía).
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