Breve reseña sobre la obra Los entresijos del viento, de Monseñor Freddy Bretón
Hay que tener valor para narrar las vicisitudes que describe monseñor,
limitaciones, prejuicios, carencias, vergüenzas, vacíos. Y para reírse, con
proverbial espontaneidad, de sí mismo y de la humanidad.
Hay que ser imaginativo para afirmar que el viento, incorpóreo, transparente y
fluido, posee cosas ocultas, escondidas. Eso lo afirma el arzobispo.
En épocas pasadas hubiera dado lugar a un llamado de la inquisición para
aclarar el sentido de algunos términos, o, por lo menos, a una reconvención.
No porque dijera nada malo, sino porque lo expresara en tono tan humano.
¡Guardar la apariencia, hermano!
¿Para qué y adónde pudiera el viento llevar esas cosas si carece de bolsillos
o compartimentos estancos? ¿Será que no tienen peso y fluyen disimuladas en la
enigmática corriente?
El arzobispo afirma que el viento sí las lleva, pues tiene entresijos. E
intenta demostrarlo. Por su alta dignidad, deberíamos creerle (se presume).
Loco sé que no está, aunque al igual que a mí, o a cualquier otro, pudiera
patinarle un poco la chaveta.
Habría que recordarle al arzobispo que el aireamiento público de sus
debilidades de homo sapiens, puede que resulte incompatible con la
representación de la divinidad monoteísta que encarna.
Pero ¡qué va! Monseñor se empeña en poner de relieve y en destacar que es
tributario de la naturaleza imperfecta de la que todos estamos hechos, en vez
de resaltar sus propias derivaciones divinas. Tal vez quiere significar que su
ministerio es para los humanos. ¡Quién dice que Cristo no lo fuera!
El alto prelado, con trazos de fino humor, desmitifica la jerarquía
eclesiástica que le fue conferida al pregonar que no es lo mismo ser obispo
que arzobispo, al igual que chivo no es igual que “arrrchivo”. Y divulga la
noticia de que, apoyado en un solo pie y haciendo un triángulo con la otra
pierna, imitaba la figura del pelícano. ¡Vaya graciosa imagen la del obispo!
El asunto no queda ahí, pues demuestra, sin huellas prosaicas, que a los
obispos se les presentan necesidades inesperadas en medio de la celebración de
actos solemnes, verbigracia el Viernes Santo, cuya radicalidad amerita
multiplicar el derrame del incienso para que no huela lo que inadvertidamente
sale.
Decir esas cosas, se las trae; es ir muy lejos. Esos sí que son asuntos del
viento.
Lo anterior viene a cuento porque el arzobispo de Santiago, Monseñor Freddy
Bretón, escribió una novela fantástica, titulada Los entresijos del viento,
que describe su propia y meritoria historia, narrada con precisión, buen uso
del lenguaje, maestría e inspiración, en la que emergen los principios y
valores en que fue educado. Al empezar a leerla, se sucumbe a su encanto.
La obra ilustra el modo de vida, las costumbres pueblerinas y de los campos
del Cibao de mediados del siglo pasado.
Yo, que vivía en el pequeño pueblo de Moca más o menos en los mismos años en
que se desarrolla la novela, aseguro que capta con nitidez y veracidad la
situación, atmósfera, costumbres, creencias, valores de aquel entonces. Él lo
vivió. Yo lo percibí casi de la misma manera. El libro es novela, también
historia.
La trama empieza cuando el hoy arzobispo Freddy Bretón, siendo niño, vivía con
alegría y decoro en un campo de Moca, cercano a Licey al Medio, rodeado de
pobreza material, provisto de riqueza espiritual. La obra encadena episodios
fantásticos que solo un niño con mente aguzada y poderosa capacidad de
observación y de memoria, pudiere haber retenido en su mente.
En los maestros rurales y pueblerinos del Cibao central de esos años, existían
condiciones superbas que los convertían en magníficos educadores: preparación,
apostolado por la enseñanza, dedicación, sacrificio e impartición de clases en
pequeños grupos. Era enseñanza casi individualizada.
Los entresijos del viento son un canto a la superación personal. Parecería un
milagro que un niño que se criara, como fue su caso, con las restricciones
económicas, escasa comunicación con las urbes y atraso del medio rural que
afectaba al lar familiar y al contorno, al tiempo que disfrutaba de la
amplitud y libertad que proporcionaban aquellas praderas y campos, pudiera
iniciar, desde la nada, una meritoria y trascendente escolaridad, carrera
universitaria, altos estudios teológicos, hasta alcanzar, no sin antes pasar
por Roma, la dignidad de arzobispo.
Hay que tener valor para narrar las vicisitudes que describe monseñor,
limitaciones, prejuicios, carencias, vergüenzas, vacíos. Y para reírse, con
proverbial espontaneidad, de sí mismo y de la humanidad.
Esta novela de Freddy Bretón es una obra de arte. Sorprendente, atrevida,
mundana, no solo para los parámetros de un eclesiástico. Profundamente
cristiana, de una humanidad tan auténtica, veraz, que conmueve los
intersticios del alma. Junto a la extraordinaria pluma de monseñor, destaca su
humildad ejemplar.
El arzobispo –
diariolibre.com
Eduardo García Michel, mocano. Economista. Profesor de la UASD. Autor de varios libros.
Articulista. Miembro de número, Sillón A, de la Academia Dominicana de la
Lengua, en sustitución de José Rafael Lantigua.
Monseñor Freddy Bretón fue el ganador del
Premio Nacional de Literatura en 2023
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