viernes, 25 de agosto de 2023

ENTREVISTA A JAVIER CERCAS

Por Patricio Zunini

“Cuando alguien me dice que no le gusta leer, lo único que se me ocurre es darle el pésame”

El escritor español acaba de publicar “No callar”, que reúne columnas, crónicas y ensayos publicados en las últimas dos décadas.

—En una columna habla de la dificultad de ponerle título a un libro. No callar es muy bueno, pero el volumen ¿podría haberse llamado Opiniones contundentes?
—Sí, pero yo no soy un gran fan de Nabokov. Hay gente a la que le sorprende, porque se supone que hay elementos en común y que yo debería estar influido por Nabokov. Pero no soy un gran fan. Algunos libros suyos me gustan y otros no me gustan nada. En particular, algunos de los ensayos de Opiniones contundentes me gustan poco. Además, yo no intento tener opiniones contundentes, esa es la verdad. Yo intento decir las cosas de la manera más clara y más nítida, y, quizás, como no prescindo del humor y de la ironía —porque entonces estaría muerto—, mis opiniones pueden sonar un poco contundentes. Pero no es mi propósito. Sobre todo, cuando se trata de cuestiones políticas. Solo que cuando triunfa la mentira, decir la verdad puede sonar provocador, contundente e incluso estridente.

—En las dos primeras partes del libro, que son las más explícitamente políticas, yo siento que hay momentos en donde usted tiene el corazón en un puño.
—Puede ser. Digamos que lo público me afecta, como a cualquiera de nosotros. Porque lo público también es personal. Lo colectivo es una dimensión de lo personal, al igual que el pasado es una dimensión del presente. Entonces, hay cosas que me irritan, y aunque procuro que no se me note, sé que a veces se me nota. Por otra parte, a menudo, cuando hablo de cuestiones políticas, los periodistas extranjeros me dicen: “Oye, esto es muy argentino”. O muy chileno o muy italiano o muy francés.

—Hay cuestiones de la guerra civil española que inevitablemente las leí en clave de la dictadura militar.
—Claro, lo sé. La cuestión es que, contra lo que creía de joven, mi país no es muy distinto de los demás. Ni yo tampoco. Mis problemas son los de todo el mundo. Y los problemas de mi país son los de todo el mundo. De los argentinos, de los chilenos, de los franceses, de los italianos, de los norteamericanos, de los británicos. De todos. Cambian algunas circunstancias, pero en el fondo, el problema es cómo digerir un pasado conflictivo. Yo de joven creía que mi país era totalmente excepcional y no lo es. El lema de la dictadura española para atraer turistas era “Spain is different”: no es verdad. Spain is not different.

—¿El efecto de identificación es buscado?
—Intento mostrar qué es lo que hay de universal en lo particular. En el fondo, eso es lo que hace la literatura, ¿verdad? Por eso leemos la historia de un loco en medio de un poblachón de La Mancha y todos nos reconocemos en esa historia. Con los problemas políticos ocurre lo mismo. Los seres humanos repetimos los mismos errores, solo que en circunstancias ligeramente distintas.

—Con sus libros suele suceder una paradoja, que es que siempre que uno quiere hablar de Javier Cercas termina hablando de otros escritores.
—Me alegra mucho que digas eso, porque la literatura está hecha de literatura. Los escritores nos construimos en diálogo con otros escritores; con unos poquitos vivos y la mayoría muertos. Es lógico, es natural. Eugenio d’Ors dijo que lo que no es tradición es plagio. Esa frase está bien. Es el diálogo permanente con otros escritores lo que distingue al escritor. Alguien que no está en diálogo con la tradición, que no está en diálogo con otros libros, no puede escribir buenos libros. Borges es el paradigma de eso, ¿no? La literatura de Borges está visiblemente hecha de literatura. Se hablaba de Cervantes como el ingenio lego, el hombre que había salido de la nada, y hoy sabemos que eso es una falsedad absoluta. El Quijote es un libro hecho de literatura. Mi caso, entonces, no es una excepción, sino más bien la regla.

—En un texto menciona “Tema del traidor y del héroe”…
—Ese cuento de Borges es una obra maestra. Vale por una novela río y tiene tres páginas. Y habla de muchas cosas. Entre otras cosas habla de la falsificación del pasado, un deporte al que se entregan con particular ahínco las dictaduras y los nacionalismos. Aquel que quiere el poder, sabe que, para dominar el presente y el futuro, tiene que dominar el pasado.

—Lo que decía Orwell en 1984.
—No es exactamente la frase, pero viene a ser eso, sí. Pero Orwell pensaba que eso solo ocurría en las dictaduras y yo creo que es a lo que aspira todo poder. La cuestión es que los ciudadanos tenemos el deber de impedirlo. ¿Cómo? Contando la verdad.

—Vuelvo, entonces, al cuento de Borges, donde el personaje de Nolan decide no revelar el pasado de Kilpatrick. ¿Usted hizo lo que Nolan no hizo con Gonzalo Torrente?
—Qué interesante. Me llama la atención que menciones a Torrente porque significa que me conoces peligrosamente bien. Eso ocurrió hace muchos años y, para mí, fue absolutamente revelador. Yo todavía no era un escritor conocido; era un aspirante a profesor en la universidad. Y había asistido a un congreso de filología donde hablé del pasado falangista de un escritor extraordinariamente respetado en España, que estaba considerado como un escritor liberal, demócrata, etcétera, etcétera, cuyo pasado fascista —el suyo y el de toda una generación de escritores— había sido ocultado. Lo que me alarmó no sólo fue descubrir eso, sino la reacción de la gente que me escuchaba: todos escandalizados de lo que decía. Yo tengo la convicción de que necesitamos la verdad. Rehaciendo una frase evangélica, he repetido muchas veces que la verdad hace hombres y mujeres libres. Lo cual significa que la mentira hace esclavos.

—¿No callar se iba a llamar El poder de la mentira?
—Es el título que proponía mi editor italiano: El poder de la mentira. El poder de la mentira es brutal. Siempre lo hemos sabido, pero desde el punto de vista político, y, sobre todo desde la crisis de 2008, hemos visto cómo las mentiras se apoderan de la realidad y tienen un efecto letal.

—En un artículo dice que los medios no reflejan la realidad, sino que la crean. ¿Y la literatura?
—La literatura también, sólo que no pretende pasar por real. La diferencia entre el periodismo, la historia y la literatura es elemental: el periodismo y la historia no pueden inventar, tienen que atenerse a los hechos; la literatura crea una realidad alternativa. Ahí radica su verdad. Lo que Vargas Llosa llama “la verdad de las mentiras”. Las ficciones no son exactamente mentiras, pero se parecen bastante. No hace mucho descubrí con alegría que, en latín, la palabra mentiri significa a la vez mentir e inventar. Es muy bonito. La literatura está legitimada para inventar una realidad distinta a la real; el periodismo y la historia no.

—Albert Camus dijo que la libertad comienza con decir no. Yo creo que sus protagonistas son personajes que dicen “No”.
Alberto Manguel escribió un ensayo sobre mis libros en el que decía que yo había recuperado la épica para nuestro tiempo. Yo me alimenté de la épica: mis lecturas de niño fueron las novelas de aventuras —incluida la Ilíada o la Odisea, a las que leí como novelas de aventuras—, los westerns, que, como dijo Borges, son la épica de nuestro tiempo. La novela fue abandonando la épica y, lo que dijo Manguel fue muy iluminador, porque significaba recuperar también la noción de héroe y de heroísmo. Yo creo que en mis libros hay una exploración sobre eso.

—¿Qué es el heroísmo?
—Es una forma de integridad. Muchos de mis libros, si no todos, dan vueltas a esa cuestión. Una cuestión que, sobra decir, también interesaba mucho a Borges. Yo no tengo la respuesta definitiva a qué es un héroe, pero una de las condiciones del héroe es que es capaz de decir “No” cuando todo el mundo a su alrededor dice “Sí”. De manera que ese héroe a menudo puede pasar por traidor. Puede convertirse en el enemigo del pueblo, como el personaje de Ibsen. Creo que en mis libros hay una exploración sobre el héroe desde muchos puntos de vista, porque hay antihéroes, hay falsos héroes, hay héroes de la traición, hay héroes que no quieren serlo, etcétera, etcétera, etcétera. Es una exploración poliédrica y, espero, sin final.

—En ese decir “Sí” y decir “No” está, por un lado, el artículo sobre Manuel Mena, que muere en la falange franquista, y está Miguel Mena, que lo defiende a usted del ataque de un franquista en medio de un encuentro público.
—Qué bueno ese paralelismo. A Miguel Mena lo conozco muy poco, pero es un tipo que me encantó. Y Manuel Mena es un personaje del que aprendí muchas cosas. Manuel Mena muestra cómo las mejores personas pueden cometer los peores errores. Muestra algo que, por decirlo con una frase que, hasta donde alcanzo a saber, figura en todas las lenguas: el infierno está empedrado de buenas intenciones. Muestra que los seres humanos somos capaces de lo mejor, pero también de lo peor. Muestra cómo la realidad es mucho más compleja de lo que nuestra estupidez y nuestro conformismo nos invitan a pensar. Muestra cómo en todos los conflictos, en todas las guerras, existe una razón política y una razón moral, y que son distintas. Muestra cómo todo está lleno de matices, y cómo una persona limpia y honorable y valiente y virtuosa, que actúa movida por las mejores intenciones, puede apoyar, defender y morir por una causa injusta. Eso es lo que me interesa y creo que es lo que interesa la literatura: mostrar la infinita, la laberíntica complejidad de los seres humanos.

—Otra pregunta que recorre el libro con mucha insistencia es sobre la utilidad de la literatura. ¿De qué forma se vuelve útil la literatura?
—Tienes toda la razón, hay una insistencia en eso porque la inutilidad de la literatura es una de las grandes supersticiones de nuestra época. Fruto de un malentendido, como tantas otras, que surgió hará un siglo y pico, con eso que se llamó “el arte por el arte”. Del cual son responsables algunos de mis héroes literarios y de los héroes literarios de la modernidad: Flaubert, Baudelaire, Oscar Wilde, etcétera, que arrojaban contra el rastrero pragmatismo burgués de su época la idea de que lo que ellos hacían no era útil. Era una provocación, una forma de escupirles a la cara a los burgueses que los desprecian. “Vosotros solo os preocupáis del dinero, solo os preocupáis de lo práctico: vuestra idea de utilidad es completamente estúpida”. Era una forma de provocación que nosotros estúpidamente nos hemos tomado en serio. Porque ¡cómo no va a ser útil la literatura! Cómo Flaubert, cómo Baudelaire, cómo Oscar Wilde entregaron su vida de manera fanática, sacerdotal a una cosa que es inútil. Es absurdo, totalmente absurdo.

—¿Qué es la literatura?
—Antes que nada, es un placer. Esto lo he dicho muchas veces. Es un placer como el sexo. Y también es una forma de conocimiento, como el sexo. Por eso cuando alguien me dice que no le gusta leer, lo único que se me ocurre es darle el pésame. ¿Hay algo más útil que el placer y que el conocimiento? ¿Qué es la literatura? Es una forma de vivir más, de vivir de una manera más rica, más intensa y más compleja. ¿Hay algo más útil que eso? La literatura, decía Alfonso Reyes, es un depósito de experiencia. Es una preciosa expresión, ¿verdad? La literatura nos permite intentar entender el mal, que es la única forma de combatirlo.

Quién es Javier Cercas

♦ Nació en Cáceres, España, en 1962.
♦ Es columnista del diario El País y fue docente universitario de filología.
♦ Entre sus libros se cuentan Soldados de Salamina, El castillo de Barbazul, Anatomía de un instante y El punto ciego.


Tomado de Leamos, de Infobae
19 Ago, 2023

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