miércoles, 2 de agosto de 2023

SI QUIERES ESCRIBIR, LEE

Por Daniel Fermín

En un capítulo de Remedios para la vida (Acantilado, 2023), Petrarca pone a dialogar al Gozo y a la Razón acerca de la fama de los escritores. El Gozo dice: escribo libros. La Razón le responde: No te ufanes demasiado por escribirlos; mejor harías en leerlos. Luna Miguel cuenta en Leer mata (La caja books, 2022) que alguna vez en una entrevista le preguntaron cómo quisiera ser recordada. Luna Miguel es escritora, ha publicado —hasta ahora— 16 libros. Ella no dijo: por los libros que he escrito. Ella dijo: como una mujer que leía mucho. Con esto sólo intento resaltar algo básico pero fundamental: si quieres ser escritor, antes que todo tienes que ser un buen lector. Sé, porque un tiempo atrás fui ese joven que en su afán de ser escritor quiso escribir antes de ponerse a leer, que mientras mayor sea nuestro bagaje lector más posibilidades tendremos de escribir textos más sólidos y profundos.

En una entrevista, Mario Vargas Llosa le preguntó a Julio Cortázar qué consejos le daría a un joven aspirante a escritor. Cortázar le respondió que primero le daría un silletazo en la cabeza, y, si la respuesta no le hubiese resultado clara, le diría que el solo hecho de buscar consejos ajenos en materia literaria prueba su falta de vocación. Esa anécdota la utilizó el italiano Vanni Santoni como epígrafe de su libro Para escribir hay que leer (Galaxia Gutenberg, 2021), un antimanual de escritura que pregona la idea de que sólo se puede enseñar a pensar como escritor y no a escribir como tal. En su libro Santoni elabora una lista de obras que un joven escritor debe leer —“el aspirante a escritor debe cambiar, ante todo, su modo de aproximarse a la lectura”; “solo nutriéndose de buenos libros se puede pensar en producir uno decoroso”, dice—. Esa lista empieza con En busca del tiempo perdido de Proust y sigue con el Ulises de Joyce. Aún no he podido terminar ninguno de los dos. Ese es uno de los derechos del lector que menciona Daniel Pennac en Como una novela: el derecho a no terminar un libro. Todo libro tiene su momento. Hay que saber captarlo, hay que saber cuándo soltar. Hay momentos para boxear y momentos para leer poesía, decía Bolaño. Si les aburre Crimen y castigo, déjenlo. Pasen a A sangre fría, o a cualquier otro más cercano a sus gustos y experiencia lectora. La lectura, así como la escritura, también es un músculo que debe ejercitarse. Exponerse prematuramente ante novelas tan experimentales como el Ulises o El ruido y la furia puede provocar el efecto contrario: que nos alejemos de la literatura ante la incapacidad de disfrutarla, y la lectura debe ser, sobre todo, placer y no obligación.

Hace algunos años, un grupo de amigos quisimos continuar la tradición de los cafés literarios propios del siglo XX. Nos juntábamos cada semana en un bar de Barcelona para dialogar y debatir sobre literatura y leer nuestros propios textos. En alguna de esas sesiones hablamos de los libros que marcaron nuestra formación lectora. Recuerdo que yo —que soy un lector tardío, si es que tal cosa existe–hablé de tres libros clave: Romeo y Julieta de William Shakespeare —porque todas las historias de amor están ahí—, El retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde —por su ironía y su capacidad de generar aforismos¬— y La insoportable levedad del ser de Milan Kundera —por descubrirme la novela filosófica como género—. Esas tres obras, si bien no las he vuelto a leer, reúnen tres de los elementos que busco en la literatura, más allá de mis intereses estéticos: que me emocione, que me entretenga y que me haga reflexionar. Cada quien tiene derecho a leer lo que quiera —ese es otro de los derechos del lector que cita Pennac en su libro— y crearse su propio perfil de lector. Lean lo que quieran leer, lean lo que les guste leer. Un libro remitirá a otro hasta definir un canon propio. Quizá alguien pase de Paulo Coelho a Isabel Allende, de Isabel Allende a García Márquez, de García Márquez a Ernesto Sábato, de Ernesto Sábato a Alessandro Baricco, de Alessandro Baricco a Dostoievski. Lo importante, sobre todo al principio, es disfrutar cada lectura, crearse el hábito, tener la disciplina. Si en el camino llegamos a encontrar un mentor, alguien que nos guíe, habremos acortado algún trecho.

Hay que convertirse en un lector activo que analiza lo que lee. En Sobre la lectura (Cátedra, 2021) dice Proust que dice Descartes que la lectura de un buen libro es como establecer una conversación con su autor. Y toda conversación plantea preguntas. Un lector activo debe hacer una lectura atenta y crítica. Analizar la estructura, el tipo de narrador, el estilo, el tema, el contexto, la tradición. Auden escribe en El arte de leer (Lumen, 2013) que un mal lector es como un mal traductor: es literal allí donde tendría que parafrasear y parafrasea allí donde debería leer literalmente. No hay que ser malos lectores. Una advertencia: ser un buen lector tampoco te garantizará ser un buen escritor, pero vale la pena intentarlo. En la literatura, ya se sabe, hay más dudas que certezas.

*****

SI QUIERES ESCRIBIR, ESCRIBE

Una cosa es querer escribir; otra, sentarse a hacerlo. A Epicteto se le atribuye una frase que no por evidente deja de ser clave: si quieres ser escritor, escribe. Hay que crearse un hábito, encontrar el tiempo. Plinio el viejo decía que hay que escribir una línea al día, como mínimo, para cultivar la escritura. Escriban lo que puedan. No esperen sentirse en un estado de gracia para hacerlo. Háganlo siempre. Todos los días. Suelo ir al gimnasio cinco veces a la semana. Al principio me costó crearme una rutina. Primero fui en las noches, luego probé a mediodía. No terminaba de adaptarme, de sentirme cómodo. Lo intenté en las mañanas y descubrí que no me importa madrugar para cumplir mis objetivos. Lo mismo pasa con la escritura: hay quienes les va mejor escribir antes de ir a la cama; otros se levantan con el alba. Prueben, descarten. Lo importante es reservar un horario para desarrollar el músculo.

Stephen King dice —échenle un ojo a Mientras escribo (DeBolsillo, 2003)— que los novatos esperan sentados a que les llegue la inspiración; los demás directamente se ponen a trabajar. Si no saben cómo empezar, ciertos ejercicios ayudan. George Perec, ante su supuesta falta de imaginación que decía tener, se imponía reglas: escribir una novela sin la letra “e”, por ejemplo, o escribir una novela sólo con frases y citas de otros escritores. Hagan algo más simple: escriban un diario, recreen una escena, transcriban un diálogo, construyan un personaje. Descárguense Tinder o Bumble y completen todos los ítems de un perfil: su descripción, sus características físicas, sus gustos, sus deseos, su pasado, sus conflictos, sus defectos. Al terminar, tendrán el boceto de un personaje y, quizás, un match.

No hay que temerles a las influencias. En Metáforas sospechosas (Anagrama, 2023) Daniel Cassany compara a un escritor con un pulpo que se apropia de las ideas de los demás. De lo que ve, de lo que lee, de lo que escucha. Saqueamos lo que nos gusta para quedárnoslo. Uno nunca escribe solo. Escribimos con nuestros fantasmas, que siempre nos acompañan. Toda literatura es un ejercicio de palimpsesto: escribir sobre lo ya escrito. No tengan miedo de copiar, de imitar, de reinterpretar para luego crear una voz y un estilo que serán suyos. “Nadie escribe en el vacío, el escritor se apoya en la tradición que le ha precedido, ya sea para imitarla o para renegar de ella. Leer a otros es la única vía para convertirse en escritor, y a la hora de ponerse a crear una obra propia, es inevitable recurrir, ya sea de manera consciente o inconsciente, a aquellos que uno ha leído”, escribe María Antonia de Miquel en su libro Leer mejor para escribir mejor (Alba, 2016).

No se puede escribir nada desde la absoluta originalidad. Juan Benet en sus ensayos de La inspiración y el estilo (Seix barral, 1973) dice que un escritor primerizo empieza a madurar cuando renuncia a la búsqueda de ser original, cuando comprende que su obra no va a ocupar ningún vacío en la historia de la literatura y entiende que ya todo se ha dicho. Hay que leer, ver películas, investigar lo que se ha hecho o escrito sobre un tema que se quiere abordar. Para escribir esta charla, por ejemplo, leí varios libros que cito y otros tantos que dejé por fuera —no olviden la teoría del iceberg: lo que está bajo del agua, lo que no se ve, es tan importante o más que lo que se muestra—, tomé apuntes, subrayé frases, hice esquemas, me quedé sólo con lo que creo conveniente decirles —no importa que suene a las cartas de un joven poeta escritas por un millenial—. Para escribir una obra de ficción, ese tipo de trabajo previo a la escritura siempre ayuda a evitar los bloqueos. El proceso creativo de la mayoría de los escritores suele ser más terrenal que divino. Emerson rara vez se ponía a escribir sin releer antes algunas páginas de Platón. Hemingway se iba a la cama sin escribir todo lo quería para así tener algo ya en la cabeza para empezar al día siguiente. Bolaño decía que los cuentos había que abordarlos de tres en tres, o de cinco en cinco, o de ocho en ocho porque uno podría estar escribiendo un único cuento toda su vida.

Busquen lo sencillo, la frase corta, la palabra precisa. En un texto, la prosa siempre debe estar al servicio de la historia. Nada funciona como adorno. Si una palabra u oración sólo está para embellecerlo, no debe superar la primera corrección, que es tan importante como el mismo proceso de escritura. Escribir, ya se ha dicho, es reescribir. Lean como escritores sus propios textos, hagan una lectura atenta y crítica. Depúrenlo, mejórenlo. Miguel Ángel explicaba que su trabajo consistía en sacar todo lo que sobraba de cada bloque de mármol. Eliminen la expectativa de la perfección —esto no es un consejo de escritura, es un consejo de vida—. No somos Miguel Ángel, no somos Emerson, no somos Hemingway, no somos Bolaño. Conozcan sus limitaciones, intenten superarlas.

*****

SI QUIERES ESCRIBIR, PUBLICA

Un texto no existe si no tiene lectores. Una vez hayan escrito y rescrito sus textos, una vez hayan eliminado todo lo que sobra, una vez sientan que tienen un tono y una voz y un estilo que les satisfaga, compártanlo. Háganlo con sus pares más cercanos: gente que también escriba y lea y aporte buenas sugerencias que hagan mejorar la obra. Hay, en algún momento, que exponerse ante otros, para confrontarse, para afrontar críticas, para hacerse un nombre. Jorge Carrión, en sus Consejos a un joven escritor, dice que el escritor está condenado a publicar, a volverse público, y que leer cuentos con un grupo de jóvenes autores o escribir hilos en Twitter son formas de entrenamiento. Cursos de escritura creativa como este también sirven para ejercitarse. Dejen de lado el miedo y la vergüenza, lean en público, publiquen en blogs y revistas, creen sus propias tertulias literarias.

Cuando crean que estén listos, intenten dar el paso de publicar un libro. Que el afán por exhibirse no les haga tomar malas decisiones. No intenten publicar una novela o libro de cuentos o un poemario o un libro de ensayos hasta que tengan la experiencia y el bagaje necesarios para escribir uno que soporte el paso del tiempo. Ningún escritor publica todo lo que escribe. El primer libro de un autor suele terminar siempre en una papelera o un cajón. El mercado está saturado de títulos: cada año se publican miles de nuevos libros. No publiquen uno del que luego quieran renegar, sólo por quererse llamar escritores. Cuando estaba por empezar mi doctorado, mi directora de tesis me dio un consejo que podríamos trasladar a la literatura: elige un tema que aún te vaya a interesar dentro de cinco años. Eso mismo les digo: cuando piensen en publicar, imagínense si dentro de algunos años ese libro le va a interesar a sus yo del futuro, a esos que quizás ya habrán leído el Ulises y El ruido y la furia y En busca del tiempo perdido, a esos que ya habrán creado su propio perfil de lector, a esos que ya tendrán la disciplina de escribir a diario, a esos que ya no pretenderán ser originales ni ocupar un vacío en la historia de la literatura, a esos que escribirán y reescribirán sus propios textos con una mirada atenta y crítica, a esos que ya habrán entendido que no serán los próximos Emerson, o Hemingway o Bolaño.

Mi idea inicial era sólo hablar de la importancia de leer para ser escritor, pero para ser escritor también hay que escribir y publicar. Lean, vivan, amen, sufran, rían, lloren, vayan a terapia, escriban, publiquen. Quizás algún día, en un futuro, podrán escribir un buen libro. Quizás algún día, en un futuro, podrán publicarlo. O quizás algún día, en un futuro, alguien los recordará sólo como buenos lectores. Y eso basta. Y si no, vayan y lean Remedios para la vida, de Petrarca, que eso los consolará.

* Charla impartida en un curso de escritura creativa de la Universidad de León

02 Ago 2023

Tomado de Zenda Libros

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Entradas populares