Por Marcio Veloz Maggiolo
1. Piso veintitrés
El hombre —sombrero verdinegro, camisa de rayas, pantalón gris ratón— entró hacia el elevador con los ojos acuosos y profundos. Lucía un clavel encarnado en la solapa. El ascensorista le miró con indiferencia: ruidos de motor y elevador que asciende: “dos”, “cinco”, “ocho”.
— Voy al veintitrés.
— No hay veintitrés, señor, este es un edificio de quince.
— Pues déjeme en el quince, subiré a pie a los demás.
— No hay “demás” señor, solo tenemos quince.
— ¡Cúmplame las órdenes!
— Bien, señor.
El hombre salió a la azotea sombrero verdinegro, camisa de rayas, pantalón gris ratón. Realmente no había más pisos. Las horas pasaron, y, por fin, convencido de que no podía ascender más, decidió bajar de aquel enorme mástil de bandera en el que se había encaramado buscando un piso veintitrés disuelto en el espacio y el futuro.