sábado, 4 de noviembre de 2023

GIOVANNI DI PIETRO Y LA CRÍTICA LITERARIA EN REPÚBLICA DOMINICANA

Conversación del destacado crítico literario con Luis Beiro

Esta entrevista fue publicada por el Listín Diario, de Santo Domingo, República Dominicana, el 3 de junio de 2015. Dada la notoriedad del Sr. Di Pietro, quien fuera blanco de muchas críticas mientras vivió en el país, algunas abiertamente hostiles, consideramos sus palabras de considerable importancia, no importa la época en que las dijo. 

Recientemente, Giovanni Di Pietro fue entrevistado por el colega Néstor Medrano en este diario. Por razones de espacio y porque aquella vez se le formuló otro tipo de cuestionario, no se tocó el tema de la crítica literaria en la República Dominicana en sentido general y los problemas que suceden alrededor de ella. Es por ello que, a solicitud del escritor, se le realiza este nuevo cuestionario exclusivo para la sección Ventana

Usted, como crítico literario, ha sido denostado, burlado, sentenciado, ofendido, y hasta agredido (en (con) palabras). ¿Cómo podría existir la posibilidad de criticar al crítico por el propio criticado? ¿Cómo llamaría usted a esa osadía? [¿No ves, Giovanni, que hasta nosotros los hispanohablantes tenemos problemas con el uso de preposiciones?] 
GDP. Todas esas reacciones a mi crítica me tienen sin cuidado, pues yo hago mi trabajo y sigo adelante con él sin preocuparme por nada, sólo de ser lo más sincero posible en mis apreciaciones acerca de lo que leo. Creo que es justo criticar al crítico cuando éste se lo merece. Digo esto porque hay críticos que no son responsables y a menudo dejan que sus emociones en pro o en contra de un determinado autor contaminen las opiniones que emiten. Yo siempre he tratado de alejarme lo más posible de esa trampa y entiendo que lo he logrado, ya que no me acuerdo de una sola instancia en que dejara que mi amistad o mi enemistad, si así puedo llamarla, hacia algún escritor interfiriera con el juicio crítico que emití acerca de su obra.
En nuestro medio cultural existe la costumbre, por parte de los escritores, de querer defender su obra a ultranza de las opiniones de los críticos que, al hacer su trabajo, las cuestionan en parte o en su totalidad. Estos escritores actúan como padres que tienen que proteger a sus hijos de los peligros que enfrentan en la vida. Como muy bien se sabe, el resultado de esta actitud es nefasto, pues no deja que esos hijos vivan su propia vida y maduren. Un libro es como un hijo. Se le cuida y protege en su infancia y, en parte, en su adolescencia, pero después hay que dejar de protegerle para que aprenda a defenderse en la vida por sí solo. El escritor dominicano quiere amparar a su libro de la crítica desde la infancia hasta la adultez y, si fuera posible, hasta la vejez y la muerte. Esto no puede ser. El libro, una vez publicado, tiene que exponerse a todos los peligros de la vida. Si de verdad es bueno, crecerá en el aprecio tanto del público en general como de los críticos.
Pienso que esta falla de los escritores dominicanos es el resultado de la actitud de pensar que su obra, cualquiera de ellas, es siempre una obra maestra, una obra que sentará escuela, algo así como la gran revelación literaria del siglo de los siglos. Esto ocurre por el escaso sentido de una tradición literaria que hay en el país y el afán de estar a la moda, de destacarse no importa cómo. Agregamos a esto la complicidad de una crítica sumamente complaciente, y se entiende el porqué de la situación que tenemos.
Por eso, cuando un crítico hace una crítica a fondo, cuando no le hace caso a las peculiaridades del ambiente literario que prevalece y más bien se dedica a ver objetivamente lo bueno y lo malo de una obra, la reacción de los autores es la de insultarlo, de calumniarlo, de burlarse de él y de agredirlo. Si fueran sólo los autores, no sería tan feo el asunto; el problema surge cuando sus amigos y acólitos intervienen para defenderlo a él y a su obra, pues muy a menudo éstos no tienen la menor idea de lo que significa escribir una novela, un poemario, una obra de teatro, un cuento, un ensayo, pero entienden que están obligados a opinar al respecto. Actúan según una mentalidad de pandilla y, si tienen que acabar con el desdichado crítico para quedar bien con su amigo escritor, no vacilan un solo instante en darle cuchilladas a mansalva en todos los sentidos. 

¿Qué siente usted al terminar de escribir una crítica sobre un libro malo?
GDP. Lo que siento es, primero, una gran pena, ya que se perdió la oportunidad de publicar un libro bueno, lo cual muchas veces era posible hacerlo con tal de que el autor sólo se tomara la molestia de dejarlo descansar en una gaveta por un tiempo prudente y después revisarlo de pies a cabeza, como debe de ser la costumbre. Hace poco, releía el Arte Poético de Horacio donde recomienda a los escritores engavetar su obra por seis años antes de sacarla para la revisión. Esta es una lección que todos actualmente descuidamos y que los escritores dominicanos en particular parecen haber olvidado por completo. Aquí se publican libros que son pura improvisación, que no tienen ni pies ni cabeza; libros que fueron escritos hoy, sólo para ser publicados al día siguiente. Y todo por afán de considerarse novelistas o poetas o dramaturgos o ensayistas o que así los consideren los demás.
Mi segunda reacción es la de sentirme defraudado. A menudo ese libro fue anunciado con gran fanfarria; por ejemplo, como el mismito equivalente del Quijote en el caso de una novela. Sin embargo, cuando empiezo a leerlo me doy cuenta de que fue toda una construcción mediática y que lo que se dijo de él de ningún modo se corresponde con lo que es su realidad. O sea, que se nos dio gato por liebre, como se dice. Yo, como crítico, debería enojarme y hasta echar el dichoso libro en el zafacón después de haber leído sus primeras páginas, pero tengo mucha paciencia y, si pienso escribir acerca de él, siempre me lo leo hasta el final, aunque sepa de antemano que no sirve para nada y que estoy gastando mi tiempo. Subrayo, tomo apuntes en los márgenes, escribo notas al final de cada capítulo, pongo círculos alrededor de los nombres de los personajes, asteriscos y flechas por aquí, allá y acullá, y todo con la ilusión de estar leyendo una gran obra, quizás la obra de algún inmortal de la literatura universal. 

¿Tiene pesadillas al dormir a causa de la crítica que has hecho?
GDP. ¡No, nunca! No las tengo porque entiendo que siempre estoy haciendo mi trabajo con la mayor honestidad. Yo leo lo que critico. No soy ningún crítico que se basa sólo en lo que lee en las solapas y la contraportada o en los boletines de los editores falsarios. Basta con tomar cualquier novela sobre la cual he escrito para ver los subrayados, las notas al margen, los resúmenes, las marcas de todo tipo que indican que leí esa obra con mucha atención, y eso, aunque, como ya dije, sabía de antemano que no valía la pena seguir adelante después de las primeras páginas. Conservo algunos de esos ejemplares, y estoy dispuesto a ponerlos a disposición de cualquier novelista cuya obra he criticado y que se sienta inconforme con mis criterios. 

¿Es cierto lo que se dice que el crítico destruye en tres cuartillas la obra que a un escritor le llevó varios años escribir?
GDP. Sí, es cierto. Me acuerdo que en una ocasión Manuel Núñez ironizaba acerca de mi manera de proceder en la crítica diciendo: “¡Imagínate, uno se pasa años escribiendo una novela sólo para que alguien después te diga que no sirve!” Pero hay que entender que el crítico nada más destruye a las novelas que no valen la pena; a las que sí valen, no importa lo que haga, no logrará nunca tocar. A veces el valor de una obra no es aparente desde un principio y se toman años y hasta un cambio de actitud y mentalidad por parte del público y la sociedad para que se le reconozcan sus méritos. Yo, por ejemplo, he sacado del olvido a novelas que nadie conocía o que se consideraban como cosas de poca monta. He reivindicado otras que los críticos o habían desechado como inservibles o leído de manera incorrecta. En tal sentido, el crítico no sólo destruye, sino que también construye la reputación de un escritor y su obra. ¿Quién antes de mí había dado importancia a la obra de Ramón Lacay Polanco? Yo, por muchos años, hablé de la necesidad de publicar una novela inédita de Ramón Emilio Reyes, El sendero, y nadie me hizo caso. Esa novela, escrita en 1958, finalmente vio la luz hace algunos años atrás en España en una edición limitada. Dudo mucho que aquí se conozca todavía. 

Si todo escritor escribe para que lo critiquen ¿por qué entonces esa ferocidad del autor contra su crítico?
GDP. ¡Muy buena pregunta! Y se remonta a lo que decía más arriba acerca del escritor que pretende defender su libro de los golpes que sin duda recibirá y tiene que recibir en la vida. Lo que significa que en este país las cosas son un tanto diferentes a otros países. Aquí los escritores pretenden que la crítica sea siempre complaciente, o así la entienden. Si el crítico cuestiona la obra, el escritor es incapaz de ver que hay una diferencia fundamental entre la obra y él mismo como persona. Interpreta la crítica a su obra como una crítica a su persona y se molesta con el crítico. Si digo que una novela no sirve, el novelista entiende que estoy diciendo que él no sirve. Hasta los mejores escritores toman esta actitud, y no han sido pocas las veces en que, al criticar la obra de alguien que consideraba un amigo, me he visto en la situación de notar cómo de repente dejaba de considerarse mi amigo. De ahí que, en una ocasión, escribía de un intelectual dominicano que si entendía que no había que criticar su libro, ¿por qué no puso una nota al inicio de la obra que dijera: “¡Vedado criticar!”?
Para mí la crítica literaria no tiene nada que ver con la amistad o la enemistad. Es un ejercicio puramente objetivo. Lo que cuenta no es el escritor; es la obra. Pero, en mi caso particular, sospecho que hay también el elemento de que soy extranjero, y esos escritores dominicanos a los cuales he tenido la osadía de pisar los callos se agarran de ese detallito para descalificarme. “¡Qué sabe ese italianito de nuestra literatura?”, dicen. “¡Cómo se atreve a exteriorizar ciertas ideas?” Contra esta actitud no hay remedio. Por más que me esfuerce en explicar que a mí me interesa la literatura dominicana como a otro crítico le interesaría la de mi país, por ejemplo, estas personas simplemente se rehúsan a entender el argumento. En verdad, yo no sé si esa actitud también la tomaban ante una figura como Alberto Baeza Flores, el cual le dedicó mucho tiempo al estudio de la poesía dominicana. Sería interesante ver si existe alguna diferencia entre el tratamiento que le dieron a él y el que me han reservado a mí en los años. Existen tres tipos de críticas: a) La que se escribe por un profesional atenida a criterios de la ciencia de la literatura b) La que se escribe por simple impresión, es decir, alguien se ha leído un libro y lo comenta, pero sin una base científica, sino impresionista. c) La que se escribe sin leer un libro, es decir a partir de la solapa y la invención prosopopéyica, hechos que convierten a un simple "crítico con alfileres" en un flamante crítico literario... 

¿Considera útiles esos tres tipos de crítica? 
GDP. Siempre hay gradaciones en todo, y eso hay que aceptarlo como algo normal. Entonces, los diferentes tipos de crítica que mencionas tienen cada uno su propia utilidad. El problema resulta de la confusión que a menudo se da en considerar cierta crítica de carácter limitado –por ejemplo, el tipo “b” y el “c” que mencionas– como crítica literaria de hecho y de derecho, lo que de ninguna forma es verdad. Escribir la impresión que recibimos de la lectura de una obra tiene la utilidad de divulgar la obra en cuestión, de decir que existe y que quizás valga la pena hacerle caso, pues el que escribió acerca de ella entendió que así era, por lo menos para él personalmente. Y si tiene buen gusto y cierta preparación, ese crítico ayudará no sólo a que esa obra se conozca y se venda, sino que logre interesar al público en general.
El tipo “c” de crítica es el menos recomendable, pues lo que el crítico persigue no es presentar la obra en cuestión al público para que la aprecie o desprecie, sino que se trata esencialmente de presentar a su figura a través de la crítica que hace. El crítico se ve a sí mismo como una “vedette” de la escena literaria y, como tal, entiende que tiene el derecho de hacer y deshacer con cualquier escritor. No lo hace porque sepa de literatura y quiera orientar al público, sino porque es una manera de satisfacer su ego personal, el cual es siempre más y más insaciable. Su ambiente, pues, no es la literatura, la cual requiere mucho rigor y mucha dedicación; es, más bien, la farándula. El crítico que se dedica a este tipo de crítica no es más que un farandulero que, por alguna razón que nadie entiende, decidió escoger la crítica literaria como su escenario. Quizás entendió que la fama literaria es más duradera que la de la farándula. O es posible que pensara que tuviera más prestigio que la otra y le daría más satisfacción a su desmedido ego.
Lo que nos deja con el tipo “a” como el único válido y respetable. En este tipo de crítica, el crítico tiene que sudar la gota gorda. Primero viene un largo tirocinio en las diversas teorías de la crítica literaria, siempre precedido por vastas lecturas en las literaturas del país de origen y de otros países, de cursos de filosofía, de arte, de sociología, ciencias y hasta de teología, o sea, que tiene que asegurarse que tenga una formación humanista consistente y considerable, y después una práctica asidua en los diferentes métodos de análisis, culminando, esta fase, en la aceptación de un método en particular a través del cual hará sus interpretaciones detalladas de las obras con las cuales piensa relacionarse y sobre las cuales escribirá sus varios estudios. Como fácilmente podemos observar, ni el crítico impresionista ni el crítico farandulero estarían dispuestos a aceptar tanta dedicación y tanto esfuerzo. El primero, porque no le interesa y, para el tipo de crítica que hace, no lo necesita; el segundo, porque no entra en la meta que persigue, la cual, como he dicho, no tiene nada que ver con la literatura, pero mucho con la idea de satisfacer su insaciable ego de histrión. 

¿Cuáles son para usted los principales problemas de la crítica literaria en la República Dominicana? 
GDP. En este país la crítica literaria no se practica de una manera asidua. En general, los críticos, hasta los mejores, se dedican a escribir acerca de obras en particular o a describir tendencias literarias y nada más de vez en cuando incursionan en el análisis de la obra entera de un escritor. Tradicionalmente, la crítica era muy buena. Estoy hablando del período anterior al régimen de Trujillo y, en parte, durante el régimen. Esto era posible porque el crítico dominicano no solo leía las obras producidas dentro del país, sino que se mantenía al tanto de lo que ocurría en el mundo. Muchas veces estudiaba en el extranjero, principalmente Francia y España, y regresaba con un bagaje cultural envidiable. Me refiero a críticos que, como Pedro Henríquez Ureña, tenían una formación humanista sólida y mucha experiencia. Al caer el régimen, los críticos más jóvenes se dedicaron en cuerpo y alma a la crítica marxista, nada despreciable, pero que entendieron sólo en forma dogmática. Tomaron por asalto la Facultad de Letras de la Autónoma y trataron de imponer su verbo a sangre y fuego. En efecto, ese era el método que prevalecía en esa Universidad cuando entré como profesor en el Departamento de Idiomas para dar clases de literatura inglesa y norteamericanas. Mis estudiantes, que provenían del Departamento de Español, por ejemplo, funcionaban exclusivamente a dos niveles: la mera repetición de fechas y nociones generales acerca de los autores o el dogmatismo marxista. Era muy duro tratar de hacerles entender que la literatura podía ser leída de otra forma, desde otras perspectivas críticas.
Esta clase de crítica dominó el ambiente literario dominicano hasta mediados de los años ochenta, cuando empezaron a aparecer los trabajos de Diógenes Céspedes y Manuel Matos Moquete, críticos que regresaban de Francia, donde fueron expuestos a los métodos críticos más actuales. No fue nada fácil para ellos introducir sus ideas y los nuevos métodos. Diógenes, por ejemplo, cuenta en muchos lugares la forma en que se reaccionó a su crítica. En la Autónoma llegaron hasta el extremo de aislarlo y amenazarlo con darle una paliza. Fue su publicación Cuadernos de Poética lo que gradualmente hizo posible la derrota, aunque parcial, del dogmatismo marxista. Digo parcial, ya que ese método todavía tiene sus adeptos ocultos. Son viejos críticos que se han quedado en el pasado nostálgico.
Desgraciadamente, con los nuevos métodos llegaron también las modas críticas. Hubo y hay críticos que se adscriben exclusivamente a un método en específico y pretenden que es el único método valedero. Esto pasa, por ejemplo, con los críticos semióticos. Para éstos, no existe otro método crítico que sirva, excepto el suyo, y miran con desdén a cualquier otro método. Son más dogmáticos de cuanto lo fueran los críticos marxistas, pues su credo es: “No tendrás otro método fuera del semiótico”, y esto so pena de que te consideren un desfasado y hasta un retardado mental si no lo adoptas como el tuyo.
Ya que ahora existe una literatura “light”, también existe una crítica “light”. Ésta es la que practican ciertos reseñistas de influencia periodística que tienen su columna fija y pretenden dictar las pautas a todo el mundo acerca de lo que sirve y no sirve en la literatura que se produce en el país. Más arriba hablaba de los críticos que son “vedettes”. Pues, bien, esta es la crítica “light”. Se hace sólo para hinchar el ego del mismo reseñista. En este caso, si eres de su entorno íntimo o de su grupo político, siempre eres un gran escritor y tus obras están a la altura de las obras inmortales de la literatura universal; sin embargo, si no le caes bien, puedes ser todo un Dostoievski, un Flaubert, un Manzoni, un García Márquez y como quiera no logras llenar sus expectativas. Este crítico a menudo colecciona sus artículos periodísticos en una serie de tomos y pretende pasarlos con toda seriedad como cosas que estarían a la altura de un Pedro Henríquez Ureña. Es su manera de construirse un monumento a sí mismo para que las futuras generaciones lo recuerden en el tiempo.
Después vienen esos escritores que se la dan de críticos literarios. Éstos no solo cuestionan la crítica que le se hace a sus obras, sino que pretenden ofrecer una alternativa a ella, muchas veces hecha de sus propias opiniones, o sea, de lo que ellos insisten estuvieron haciendo en tal o cual obra y cómo lo lograran siempre al grado máximo, o también de las opiniones que recibieron de parte de sus amigos más íntimos, sus esposas y hasta sus queridas de turno, como si esta gente se la pasara años en la Sorbona estudiando todo tipo de método crítico nada más para luego dedicarse exclusivamente a elucidar las obras de ese genio literario al cual tienen la gran dicha de estar relacionada o casada o con quien dan tumbos en la cama. 

¿Qué le ha parecido la crítica literaria a través de los suplementos culturales de los periódicos dominicanos?
GDP. En un principio, cuando existían los suplementos culturales, la crítica que aparecía en ellos era muy importante. Suplementos como los de Listín Diario, de El Siglo, de El Caribe, de Hoy y La nación entre otros, tenían la función de darle seguimiento a las obras literarias que se producían en el país y también fuera del país. Lo que aparecía en ellos eran ensayos críticos de hecho y de derecho. Pero esos eran los tiempos en que la literatura todavía tenía vigencia en la sociedad y se estimulaba el pensamiento crítico en la gente, pues se entendía que la cultura era la única manera de cambiar la sociedad por el bien de todos y de echar adelante a un país. Se fomentaba, pues, la discusión de ideas; se proponían programas de regeneración social; se tenía el sueño de un proyecto para el futuro.
Los suplementos empezaron a desaparecer a mediados de los años ochenta, y esto coincidió con la afirmación de una nueva ideología que reemplazó la ideología marxista, la cual, pese a su dogmatismo, auspiciaba un cambio social y cultural. Esta nueva ideología, el neoliberalismo, es la misma que campea en el presente y que ha arrasado con cualquier interés en la cultura como instrumento de cambio. Es una ideología que tiene sus propios intelectuales aguerridos, muchos de ellos exizquierdistas de la peor calaña, que, al haberse vendido al sistema, ya no creen en la posibilidad de ningún cambio social y ven la cultura humanista como su peor enemigo. Lo que era la cultura tradicional ha sido remplazada actualmente por la farándula, la cual no le pide a nadie que haga el más mínimo esfuerzo intelectual, sino que acepte pasivamente lo que las élites económicas le impone. La literatura, entonces, ha sido coaptada por el cine. No el cine como forma de arte, que todavía trata de mantenerse con mucho esfuerzo; más bien, el cine de mero entretenimiento hecho esencialmente en los estudios de Hollywood, y que está compuesto de “soft porn”, de sentimentalismo barato, de las cintas de catastrofismo en las cuales el Capitán América, primero un blanco y ahora muy a menudo un negro o un latino –algo calculado para vender taquillas y aumentar las ganancias– salva a la humanidad amparándola siempre en la bandera de “stars and stripes” –la única que ahora se acepta como válida en el mundo–, y las cintas de la violencia gratuita donde, de nuevo, el mismo Capitán, metamorfoseándose en infinitos personajes de escaso intelecto –en lo reciente, preferiblemente mujeres–, pero con músculos o tetas y culo en exceso, hace justicia a su manera contra los supuestos malos terroristas en nombre de la libertad y la democracia de los pueblos.
En este tipo de escenario, ya no hay espacio para los suplementos culturales y tampoco tienen ninguna razón de ser. Algunos, sin duda, persisten. Pero o están dedicados a actividades culturales que tienen muy poco que ver con la literatura, como las exposiciones de arte, los cine foros, los acontecimientos de la alta sociedad y la sociedad mafiosa, los negocios y cosas por el estilo, o están dominados totalmente por pandillas de supuestos literatos e intelectuales que se promueven a sí mismos, un reflejo de los críticos “light” y faranduleros, donde, si aparece alguna voz disidente, es nada más para que se diga que hay pluralidad de opinión y cierto pensamiento crítico en sus páginas.
Es que el neoliberalismo no quiere y ni sueña con salvar a la humanidad; su proyecto, por el contrario, es hundirla por completo, dejando en pie sólo una pequeña élite que disfrutará de todas las amenidades de una sociedad consumista que se sustenta en el trabajo esclavo de las masas desheredadas y hambrientas. En ese mundo venidero ya no habrá necesidad de utopías redentoras y, por consiguiente, se hará innecesaria la existencia de cualquier clase de cultura como la hemos entendido en términos humanistas hasta ahora. Si quedará algo, será exclusivamente reserva de aburridos estetas o de intelectuales metidos ya a monjes que vivirán en algún inaccesible monasterio o escondidos en las cuevas de una alta montaña. Esos serán tiempos en que la humanidad llorará lágrimas de sangre. 

¿Por qué cree usted que los espacios críticos, en todas las artes, están apagados en la República Dominicana y solo se le da cabida a los elogios inmerecidos y a todas luces cuestionables sobre determinada obra literaria?
GDP. Esta situación es esencialmente el resultado de intereses particulares y del amiguismo. Si tú eres de mi grupito íntimo o de mi parcela política, entonces, yo, como crítico, te voy a considerar siempre un genio literario y un intelectual de fuste, poco importa la pobreza y hasta la mediocridad de tu obra y tu pensamiento. Igual si eres mi amigo. Te alabaré, aunque sepa fuera de cualquier duda que lo que escribiste no sirve para nada y que las ideas que tienes son las más locas del mundo. Yo todavía tengo que leer una página de algún crítico dominicano que de veras despotrica en contra de un compañero de parranda o de partido o de un amigo. Muchas veces no lo hace por no crearse problemas familiares o de trabajo; otras, porque entiende que, a la larga, la verdad va a resplandecer, y eso sin él arriesgarse en lo más mínimo dando opiniones en contra. Yo tengo amigos que se han quejado amargamente conmigo por algunas páginas de crítica que le dediqué a su obra, aunque ellos mismos me hayan acosado largo tiempo para que escribiera algo al respecto, no importaba si bien o mal.
Bajo estas circunstancias, ¿qué crítica que sea seria puede florecer? Ninguna. Entonces la crítica literaria se reduce toda a elogios estrafalarios y ciertamente inmerecidos. Cada novela que sale, por ejemplo, es presentada como una obra maestra; como mínimo, el equivalente actual del Quijote. Novelistas de una sola obra pasan por grandes novelistas. Otros que sólo dan gato por liebre, son considerados candidatos para el Cervantes y el Nobel. Hay premios nacionales que produjeron una obra literaria de monumental mediocridad o sin obra de qué hablar. Hay cómicos que se consideran novelistas y economistas que se consideran poetas, en ambos casos obviamente sin serlo. Pero, ya que vivimos en una sociedad donde prevalece la farándula, nadie se escandaliza a causa de estas cosas; más bien, lo acepta como algo normal y como una manera de “vive y deja vivir”, de relajo. Es un ambiente apestado a lo sumo donde el escritor que sabe su asunto o se aísla para no volverse loco o simplemente se pega un tiro en la cabeza. 

¿El amiguismo funciona más que la honestidad a la hora de valorar la obra de un escritor?
GDP. Ya lo he dicho en mi respuesta previa. En República Dominicana el amiguismo campea en el área de la cultura en general y de la literatura en particular. Yo saco una novela o un poemario, y de una vez mis amigos, especialmente los que tienen acceso a los periódicos, a los programas televisivos de farándula y de opinión, que pertenecen a ciertos clubes sociales, a los departamentos universitarios y las escuelas secundarias y primarias, empiezan a mover fichas para la promoción de mi obra. Organizan programas en los diferentes canales de televisión a los cuales me invitan y donde contesto preguntas tontas ya preparadas de antemano, spots en las estaciones radiales entre música rap y bachatas, coloquios en ateneos, en colegios, en clubes nocturnos y hasta en ruidosos colmadones, charlas con aspirantes a escritores y críticos… O sea, que es toda una fiesta, entre frías, tragos, mondongos y parrilladas, calculada únicamente para promoverme como la gran revelación literaria del siglo presente y de los siglos venideros.
Antes que todo esto, hay, claro está, las puestas en circulación de la obra en cuestión. Ese es un auténtico evento apoteósico, donde el crítico amigo teje elogio tras elogio del autor y cuenta cómo llegó a escribir esa magna obra que esclarecerá el oscuro futuro de la humanidad. Y no sólo, sino que él mismo, al tener acceso privilegiado a ella, la descubrió como la gran cosa que es y recomendó su inminente publicación para que el mundo tampoco se perdiera la oportunidad de leerla y aprovecharla.
Lo más cómico de estas puestas en circulación, sin embargo, es el hecho de que nadie del público compra la obra, a menos que el autor no plantara a propósito a un familiar o amigo poco conocido que la compra para que algunos incautos caigan en la trampa y saquen sus pesitos y hagan lo mismo. Además, en estos eventos nunca falta algún fresco, que no se sabe de dónde salió, que se levanta y pregunta con cara de ingenuo si hay ejemplares como regalo al público que está presente. En las puestas en circulación más concurridas, o sea, esas de los supuestos pesos máximos de las letras nacionales, hay también una atracción adicional. Es la presencia de alguna firma licorera que los patrocina y hace dispendio de su producto de marca a través de algunas reinas de belleza locales en minifalda que andan en busca de fama y riqueza. 

Dicen que usted aúpa con su crítica a pocos escritores, esos cuya obra no encuentra un espacio difusivo adecuado en la prensa. Me refiero concretamente a León David, a Federico Henríquez Gratereaux y a Roberto Marcallé. Sin embargo, en determinado momento usted ha criticado fuertemente algunos de sus libros. ¿Cómo se han sentido ellos cuando usted los ha criticado? ¿Es verdad lo que se dice que usted es demasiado "débil" a la hora de enjuiciar críticamente la obra de ellos? 
GDP. Es muy difícil escribir acerca de obras de autores que conozco personalmente y que a lo mejor son mis amigos. Pero creo que desde el inicio he logrado mantenerme completamente objetivo ante cualquier obra de ellos y escribir desapasionadamente acerca de ella. Como ya he dicho, la crítica literaria, si se va a practicar con seriedad, tiene que olvidarse de las amistades y las enemistades y apostarlo todo a la objetividad. Es mejor perder a un amigo, aunque duela, que escribir inventos que no están relacionados con la realidad de los hechos.
Lo que quiere decir que sí, he hecho crítica de obras de amigos. Y, como resultado, he sufrido las consecuencias de haberlas cuestionado. Amigos con quienes compartía desde años, de repente dejaron de pasar por casa. Se echó a perder la tertulia, y esto en un ambiente en el cual el escritor se encuentra siempre más y más aislado y ya no tiene con quien hablar, y también se echaron a perder el vinito y la comida que compartíamos. Yo, ¿qué podía hacer? No me metí en esto de escribir crítica para complacer a nadie, ni siquiera a mí mismo, pues soy posiblemente mi más acérrimo crítico, empezando con mi manejo del idioma y el estilo. Con el paso del tiempo, algunos de esos amigos han recapacitado y volvieron a acercarse, pero creo que siempre queda algún residuo de animosidad hacia mi persona. Yo trato de no hacerle caso, pues es mejor tener un amigo a medias que no tener ningún amigo.
Entonces, yo no soy débil con nadie. Ni con Federico Henríquez Gratereaux, a quien le critiqué la famosa Novelastra, y no sé exactamente si llegó a perdonármelo, ni con Roberto Marcallé, a quien le critiqué una novela inédita y quiso entrar en polémica conmigo por mis opiniones exteriorizadas por escrito en un largo ensayo explicativo, ni con León David, con el cual comparto mucho junto a su esposa María Aybar, y las pruebas de lo que digo se encuentran en las primeras cosas que escribí sobre su obra.
Ahora bien, de que mi “canon” de escritores buenos es muy reducido, de eso no hay ninguna duda. Tiene que serlo, ya que a mí me molesta mucho el hecho de que haya escritores dominicanos que se presentan por lo que no son, tanto dentro como fuera del país, y que también hay escritores que pueden hacer un excelente trabajo, pero no lo hacen y me dan gato por liebre. Para mí, es cuestión de la reputación de la literatura dominicana y del mismo país y su pueblo. ¿Por qué esa reputación tiene que ser mala o hasta inexistente, cuando pudiera muy bien ser buena y con agarre? ¿Por qué hay gente que escribe novelitas y se aparece por todos lados presentándose como una gran cosa, cuando hay novelistas auténticos que nadie conoce o considera? Es algo muy injusto, y a veces me he visto a mí mismo como una especie de “gran vengador”, alguien que trata de enderezar los entuertos que ocurren en esta literatura, y eso, aunque no sea dominicano.
Yo, por ejemplo, en cuanto a la novelística, ya casi no leo novelas ni las compro o fotocopio como antes, pues creo que el trabajo que me propuse realizar desde el inicio ya está hecho y tengo demasiado material engavetado que daría por varios libros; sin embargo, hay escritores que me envían sus obras, a menudo en más de una ocasión, para que haga algo con ellas. Algunas de esas obras se quedan en mi oficina de la universidad por largo tiempo hasta que algún día me viene el deseo de leerlas y escribir acerca de ellas. Las leo puramente por curiosidad, para ver si es verdad lo que se dijo o se dice al respecto. Una que otra de estas críticas aparece en los periódicos o, como ocurre ahora, en alguna revista digital. No las envío yo, sino que me las piden. Y me las piden a veces porque en la revista hay alguien que quiere meterle el cuchillo a otro, a lo mejor a algún rival, y entonces entiende que sacar una crítica mía le sirve a sus propósitos. De mi parte, me hago el desentendido. Sólo me da la oportunidad de meditar acerca de la miseria humana. Y, como es obvio, también de ver mi trabajo objetivamente, en la página impresa, lo que es siempre una gran satisfacción personal. O sea, que no quise hacerle daño a ningún escritor; simplemente me limité a hacer público mis opiniones. O eso, o callarme por completo. (San Juan 30/5/15)

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