viernes, 10 de noviembre de 2023

EL MUNDO SIGUE, CELINA

Cuento por René del Risco Bermúdez (1937-1972)

En un monólogo interior, Celina, una prostituta rememora con horror, desdén, amargura, desprecio, vergüenza y acritud las vicisitudes dolorosas del pasado de la “vida perra” —como dice ella con desilusión y encono al principio del cuento— que le ha tocado vivir.

Qué vida más perra. Revolcándose uno en la cama, como una gallina cuando le retuercen el pescuezo, respirando bajo esa boca que huele siempre a ron, con los senos aplastados contra el pecho y el mismo juego cada noche, dos, tres veces, lo mismo. La cintura para este, los brazos por el cuello, gritar y quejarse, esa es la regla, y «¡levanta las piernas mami!», qué puercos todo «¡mami!», y así le dicen sin conocer a uno, goteando sudor por todas partes sin ver que uno se aburre, se requeteharta, se quisiera morir ahí mismo. Puerca vida de levantarse, sentarse en la ponchera, y otra vez, vestido de encima de la silla, polvo en la cara, peine del pasamanos, la misma mierda y a la sala; ríete ahora, Susana, ponle carita a ese tipo, y el maldito coro de la vellonera, diciéndotelo a martillazos ahí mismo, para acabarte de fuñir la noche, el mismo «cógelo con calma, no te agites mucho, que esto no es pa’viejo», y si tú lo sabes por qué no te largas y me dejas tirada en una silla aquí cayéndome la noche sobre los cabellos partidos y las arrugas de la frente y de los ojos, jodida ya, loca por morirme, por reventar entre este olor a orines y pintalabios, yo misma agonizándome, rascándome, fumándome como una loca que no quisiera mirar más caras sino tumbar la cabeza sobre una mesa y quedarme así, tranquila.

Treintisiete años y el corazón como una maraca estremeciendo la cama al amanecer y los ojos duros, bien abiertos, que no se quieren cerrar en ese ardor, en ese pensar toda la porquería que se ha vuelto la vida para nada, para quedar cansada y temblorosa; peste de saliva en los hombros y los vestidos ahí, amontonados en la percha, tres pesos a la costurera y la comida de mañana otra vez fritos maduros y la carne como una goma en la cantina. A ver si esto sirve, si esto se llama negocio, movida, jugada, o cómo diablos me dirán que se llama esto. Siempre será la misma vaina amarga que acaba a puñetazos o a «Gillete» o a malditos borrachos roncando y babeando sobre los muslos. Por mí que no le pongan nombre, que lo dejen así. Te encueras, te tiras boca arriba, y dejas que se reviente todo, que te partan el alma, que te malogren, y tú haces tu parte de juego sucio, de bellaquería, de mundo asqueroso; «mami, mami», sí, no serás más que mami en boca hedionda, en borrachera, en apretones, en desgreñarte y tirarte a todos lados y te pondrán los cuartos encima de la mesa, y tú otra vez con tacos altos y brassiere de media copa, a prestarte al matadero, al vaso, a la fumada profunda, a la nalgada. Después dicen que te enchulaste, que te volviste loca, que caíste como una pendeja, y tú, mareada y rendida, en medio de esta cómica vida que te traga, espejo y colorete, cada noche, espejo y maybelline, espejo y pinchos, espejo, cada noche.

No has aprendido el oficio todavía, no has «asimilado los golpes», como dicen los boxeadores del «Atenas»; y pensar que viniste en el año de la Feria, con el monte a la cabeza y los ojitos pelados como una muñeca de trapo. Te dijeron Rubia y después La China, hasta que por fin te llamas Susana y andas con el monte todavía, sólo que ahora lo traes por dentro, todo el polvo del ingenio, toda la paja de la caña, el barbojo quemándose y los hombres abriendo trochas en la noche. Todo eso es lo que ves y te mortifica porque no lo quieres recordar y entonces el radio ese de la vecina queriendo aguarte la maldita fiesta «¡Corta tu caña, dominicano, que sus manos corten caña!», y ahí te emperras, te sientes otra vez Celina viviendo en el barracón de Santa Fe, comiendo habichuelas con harina, con la peste a aceite de coco en los cabellos, creciendo junto al infierno de avispas y fogaraté donde Cesáreo Contreras«¡Cesáreo Contreras!» picador de la colonia Margarita, «¡Siete con quince, cuente!» la quincena siete con quince en el sobre y tickets de la bodega, quincenas, quincenas, quincenas, siete con quince, y tú, Celina Contreras tragándote los mocos, con ese dolor en el dedo grande del pie cuando tropezaste con una traviesa en los rieles, «muchachita, muchachita» creciéndote los senitos debajo de tu vestido sucio, entre los cañaverales llevándole agua a tu padre en aquel jigüero amarillo, y tú, que de repente caías, un día en que llovía sobre los cortes, en la tierra negra y ahí estaba sobre ti Genaro con ojos de guaraguao, abriéndote las piernas y después te picaba pero ya eras «Celina, aquí tengo una peseta», y la condenada máquina llevándose los últimos vagones y ya era tiempo muerto, se quedaba todo tan solo, tan pelado, tan parado, que recuerdas el lugar donde ponía la gallina blanca, entre la cerca de cundeamor, y sabes que los días eran sólo polvo y espera y a veces un nublado que cerraba la tarde silenciosamente. No sirve para nada ese recuerdo, no lo quieres, prefieres rabiar, levantarte, echarte agua en la cara y olvidar ese merengue amargo que «muele tu caña de siete maneras, caña dulce…» «Coño, Dulce, ¡apaga ese radio que no puedo dormir!» y te hundes en la resaca, en el sudor de la tarde, en el olor del cocido que resta en tu plato.

Y otra vez, otra noche. Chorro de la ducha en el piso frío, y pica ese jabón en los ojos, «Kinder rosado» para ti, quince cheles en la esquina y de una vez el desodorante en las axilas. Saldrás del cuarto, qué ceremonia; menos mal que hoy es sábado y se te espanta el sueño cuando empieza el show, «si amigas y amigos, el Borinquen Night Club se complace en presentar a la consideración de todos ustedes su primer gran show de la noche…!» Total para nada, para que la gorda esa comience a berrear en el micrófono, moviendo las pestañas postizas como si no le dejaran ver y sacudiendo la mano por encima de su cabeza, imitando a la Guillot:

♫ Amanecí otra vez
entre tus brazos,
y te quise decir tantas cosas… ♫

Siempre la misma mierda, el mismo pasito hacia adelante con los zapatos plateados, las masas como una gelatina colgando del brazo y ahora color de zanahoria con esa bendita luz que la busca a tientas por la pista y cae a veces en la tumbadora, en los pies del maraquero, o se queda sola mientras la vieja ésta va hasta cerca de las mesas con la boca babosa y manchada de rojo como si tomara frambuesa, extendiendo la mano con el anillo de baratija y escupiendo en el micrófono el último intento de su ronquera temblorosa:

♫ …y así pasaron muchas,
muchas horaaaaaaas…♫

La trompeta desafina repitiendo las primeras notas de la canción, hay tres golpes de ritmo y la gorda gira con solemne ridiculez bajo la luz amarilla, completamente fuera de compás, y a punto de quedar enredada entre el cordón del micrófono; espantapájaros, vieja gorda, espantapájaros en la siembra en medio del carril, con los ojos de cáscara de huevo y «¡por ahí no paso, que se come a la gente», espantapájaros ente los cañaverales, gorda ridícula, loca vieja, qué clavo, mejor un trago así, con hielo nada más, «a la roca viejo, qué te pasa»; muslo con muslo, esta es la vaina, para eso pagan, para eso vienen, entonces te me caigo en el hombro, que se joda la canción. ¡Ay, que me da cosquillas!, está bien, sube la mano, sigue, separo, separo las piernas, mira, sigue, «con soda no, con hielo, a la roca, ¡on the rock!», la gorda derritiéndose como una bola de manteca bajo el foco, canta, canta, canta, y uno tiene que fumársela mientras tanto. ¿No es así, Fulvio, verdad que es una maldita cantante? ¡Me tiene los pelos de punta! Y eso que es sábado que todavía no es quiniela, ni siquiera es fritura de Negra todavía. Es sábado, te paso la mano, te me caigo en el pecho, qué mareo, qué vaina, echo agua limpia en la ponchera y me desnudo; apago la luz, enciendes la luz, así no me gusta, apago la luz, y quién empieza a pensar que este es un trabajo sucio endemoniado que cansa y molesta y se vuelve un infierno donde se quema el sábado con su cartel a la entrada esta noche show internacional 1 peso admisión para que vengan y vengan a caérsele encima a uno que no tiene más remedio que abrir los brazos sudando como un potro sin quedarse quieta ni un momento porque el oficio es no estar quieta un instante ni dejar que este sueño venga bajando, venga bajando y lo dañe todo porque ellos quieren la cosa como les gusta mucha bulla la cama dando contra la pared sin saber que uno lo que quiere es morirse que se mueran ellos tomarse dos aspirinas que se acabe este dolor este mareo el cuarto dando vueltas condenada vida sucia noche con un gato corriendo por el techo y la luz del cielo, más blanca cada vez, entrando por la rendija «El Nacional» en la calle con una voz de niño de muchachito que vende periódicos y el panty se cayó en la oscuridad y ahora lo veo empapado dentro de la ponchera con los nervios de punta y la boca ácida ya sé que están haciendo café en algún sitio porque el olor se mete en el cuarto un carro que se va esa es una que por fin tuvo la suerte de acabar pero yo desgraciada es lo que soy cuando me vengan a cobrar la rifa voy a estar durmiendo y a lo mejor me quitan el número es lo que falta después que éste se me quita de encima buscando una toalla y se la paso del espaldar se queda sentada y me hago y le digo que estoy rendida papi amor cosita se pone la ropa lo estoy mirando pongo el dinero debajo de la almohada abre la puerta se va y me dan ganas de rajarme a gritar pero la borrachera me sube de golpe y qué carajo me importa esta es la vida como quiera.

Quién empieza a pensar que esta es la vida si de repente te caen encima con una navaja, en cualquier callejón; te cortan, te cortaron, la cortaron, lleva un sajazo en el hombro y eso que hay tiempo para defenderse y la tafeta te salvó porque te tiraron a cortar bien hondo, del gordo de un dedo llevas la cicatriz, la escondes, no la escondes cuando te encuentras. Diecisiete años y con los pies en un charco hediendo, manando sangre, y esa es la vida, tu vestido rosado con una flor grande en el pecho, todo se dañó, se fue al carajo, tafeta en «El Mayoreo» y me lo hace bien escotado. Por eso te tiraron al hombro, porque lo llevabas casi todo descubierto; esa es la vida, hija, «cuándo volverá Nochebuena, cuándo volverá…» disco de mierda que bailabas con las manos levantadas, cerrando los ojos y sudando. Eran ellos que venían caminándote por dentro, bailando en tu recuerdo, los veías pasar por la colonia con trajes de colores, aullando con sus caracoles terribles, chifles de buey y cascabeles para la danza inacabable entre los cueros que tronaban; siempre danza y aguardiente espantando lo malo, sacudiéndose de encima el espíritu del diablo, y tú los veías pasar por tu barracón sintiendo sus golpes de bambú, respirando su aliento de fiebre; caderas la mujer, cintura y sexo el hombre y danza, danza para espantar al diablo. En Semana Santa vienen y te vas con ellos por los caminos y aprendes a sudar, a soltar el cuerpo calentándote en el baile y se te olvida todo, tu hombre, la mujer del otro, diecisiete años te traicionaron ellos, «Cuándo volverá nochebuena, cuándo volverá…» Bailabas moviéndote como una diosa, como una loca, como una bestia airada frente a la vellonera, libre en el salón, libre, libre, ¿libre de qué? Por eso te acecharon, te cogieron mansita en el callejón, por quitamacho, porque te volviste loca de recordar, de olvidar que ya no era la vida de espantar lo malo, que ahora es esto, «cuándo volverá, nochebuena, cuándo volverá…» Y te lo decían, que no perdieras la cabeza, que el navajazo te lo daban y ahí tenías esa marca que no puedes esconder cuando te encueras. Diecisiete años, pendeja, y ya te marcaron para siempre; ¡cállese doctor, cállese! Las paredes del hospital de Macorís te daban vueltas en la cabeza, pendeja, sí, pendeja. Y pensar que todavía no coges el paso, no te resignas, no ves la vida por ninguna parte; ¿estarás viva? ¡Vivita y coleando! ¿Para qué? Para malpasar, Gregoria, para malpasar; ¿no te das cuenta de eso, idiota? Vete al salón a que te hagan un desrizado, saca el traje de la modista, cómprate zapatos nuevos, ponte medias de malla, píntate el pico, anda, y verás tu destino, pobre diablo, nada, que tendrás encima el trabajo de todo el mes y estás parada la noche entera en la Duarte, buscando pargos, eso, expuesta a que radio patrulla te agarre por sospecha. «Mariposa nocturna», así le dicen en los periódicos, en «El suceso de hoy», y te mira la gente desde los carros como si uno fuera un gato con botas, tocándose con los codos, murmurando, burlándose de ti porque no somos más que bagazo, basura vieja, loros muertos a escobazos. Y uno con las tripas gritándole, dispuesta a cualquier cosa, a lo peor, a lo que somos, hermana, a lo que somos, no importa que te diera asco la primera vez, lo hicimos, a lo que somos, no importa que te diera asco la primera vez, lo hicimos, nos estrenamos con alguien y ya, desde que dan las doce y la pesca se pone dura, nos ofrecemos, decides que sí, nos enredamos con el primero, con el segundo, con el tercero. En eso paras, Gregoria, ahí paramos todas cuando llegamos a estropajo, a ciruelapasa, a peseta. Para eso vives, y después dicen que esta es la vida, maldita sea; yo no me embullo, yo veo la paja en mi ojo y tú sigues comiendo bolas, soñando con el huevo de la lechuza, creyendo que esto es vida cuando un Alka-Seltzer no da para tanta resaca. Películas es lo que has visto, películas mejicanas en el «Cupido», con Libertad Leblanc comiéndole el cerebro a un pendejo, con su cabeza rubia y sus pezones rosaditos como los tuvimos todas; aquí no te salva nadie, mejor te empujan, vienen por grupos, te caen encima y te suenan como a un bongó, buena pendeja. Eso es, Gregoria, para eso estamos en el mundo haciendo un papelazo, y tú te atreves todavía dizque a tener escrúpulos, a creerte viva, a pasearte en el salón como si en realidad hicieras algo grande, creyendo que sabes algo de esta vaina cuando en verdad lo que hacen es jodernos, partirnos el alma, matarnos a cuchillo de palo, vieja, a cuchillito.

Por eso me dejaron viva, vivita y coleando, cortadita en el hombro en nochebuena, gritando como una chiva en el hospital, para que después me chupara este hueso y quedara amargada para siempre, sin cogerle el gusto a nada, empolvándome nada más que para darle la cara a tanta mierda. Y tú pretendes que te diga por qué sigo en esta vaina y yo te contesto que todavía «no asimilo los golpes», no aprendo el oficio, porque el disgusto me ha dejado sólo mueca y arruga, dejaron a la China ahí, a la Rubia, la volvieron Susana, la gastaron Susana, la emborracharon Susana viendo cantantes mantecosas, chupando colorete por los poros, mano en los senos, mojadas las sábanas, noche y noche y noche y tanta maldita locomotora cargada de noches… Ahí lo tienes, ese paga bien, cógelo que es tuyo; apóyate en las manos y en los pies, no te marées, fúmate uno negro, ríete, no lo disgustes, pide otro pote, párate y aplaude, y ahora baila rubia, baila china, baila Susana, «Qué vaina, Susana, Carmencita está tuberculosa», mira qué vida ésta. Me las sé todas. «Eres un Paper-Mate, vieja» para que me riera y casi de reírme así se me corría el colorete con las lágrimas, sí, lágrimas que se me confundían con la lluvia, allí mojándome en la parada de guagua a las nueve y quince. «¡Eres una sabia, sabes más que un lápiz!» pero no importaba, todo eso era noche vivida, polvo sobre el vestido, ceniza, nada más; por eso me reía y de reírme se me salían las lágrimas y no estoy segura porque la lluvia caía aquel lunes sobre la calle Barahona, qué diablos sé yo, sobre la calle caía, y yo estaba riendo más sola que nunca, mojándome allí, porque la guagua no llega y las muchachas pasan con sus paraguas y sus libros y sus medias blancas que se les emporcaban en los charcos y uno recordaba «si a dos les quito uno, ¿cuánto me queda? ¡Uno!» Aburrimiento de maestra en la escuela de una colonia donde uno se hastía y la profesora, la señorita no vuelve más y yo me quedo sin saber más nada, entonces tú me dices, me decías entre esa cama de dormitorio, sobándome la espalda y retorciéndote, «¡tú sí que sabes tu asunto, vieja!» Por eso yo me río; se me correrá la pintura, se me erizarán los cabellos mojados, el vestido rojo tal vez se encoja y se me vuelva un desastre, pero no importa, a mí me gusta repetir lo que me decías anoche, «Sabes más que un lápiz, nos mudamos, te mudo, seguro que te mudo, busca una casa, vieja, ¡que te mudo!» Y yo, con tanto trago adentro, cogiéndole la cuerda, viviendo ese momento, «vete conmigo esta noche, vivamos juntos, vamos» Le dije que sí, me puse de ridícula, en la Américo Lugo había una pieza vacía, estaba buena para dos, yo hablaría con la doña. Qué tonta fuiste, te dejaste correr, pusiste un huevo, por eso llorabas allí, esperando la guagua, pero llorando de risa, de aguacero, de vaina, era lo más justo aquella mañana de lunes escolar, de lunes en ayunas, de lunes que corre gris por el recuerdo, nublado, como se veían las gentes y los parques a través de las ventanillas de la guagua cuando yo iba cabeceando mi resaca y secándome las lágrimas con una servilleta de papel en la mañana que se cerraba poco a poco bajo la lluvia.

Todo eso me lo he aprendido como si lo leyera en un libro; soy la Biblia, a cualquiera le doy una cátedra. Pero nadie comprenderá por qué nunca cogí el paso. Yo nunca tuve paso. Qué desgraciada. Paso, por si acaso. «El que tropieza y no se cae avanza un paso»; y no me caí, me tumbaron, desde la cuna me tumbaron. ¿Desde qué cuna, comparona? ¡Desde la hamaca! Vuelta para arriba, vuelta para abajo y ¡pum! que te caes al suelo. Y no te levantas más, Celina; trapos mojados, yerba pegajosa, polvo, rendija, piedra, donde quiera ese suelo. Cesáreo Contreras luchará, se cortará en la pierna con el machete, caminará entera la colonia, y nada, picador de caña, padre de Celina que sigue en el suelo siempre; boca sucia, ojo sucio, mano sucia, sucia, sucia, sucia, eso serás desde que esos bueyes con ojos de té de canela empujan la carreta y tú, mirándolos, conociendo ese sol cortado a machete, a sombrero, a guiño de ojo, tragando polvo a la puerta del barracón, aprendes a estar en suelo del que no te has levantado jamás.

Y a ti, ¿quién te tiró, quién te mandó a caerte? ¡Qué sé yo! ¡La vida! Nada, que Cesáreo Contreras era mi padre. Que nunca tuvo un alfiler. Que se le fue la mujer. Que Celina creció sola. Condenada a eso. Jodida. Con buen corazón le tuviste miedo al espantapájaros clavado en medio del carril, Jefe de Campo, Alcalde, Mayordomo, todo era lo mismo. Espantapájaros para tenerle miedo, para caerte al suelo, «Ay, no no; está bien, está bien, venga!» la espalda contra el suelo, tú con trece años, «menéate, linda, menéate!» No te llevaron presa, no, Mayordomo, Alcalde, Jefe de Campo, sólo te agarraban por un brazo, «¿qué haces? ¿Robando caña?», «No!», «Si!», «tírate ahí, tírate!» por eso qué sé yo, la vida, algo, metieron a uno en esa vaina, le fueron haciendo ese maldito camino. «¡Qué bueno, qué bueno baila Celina!», sábado de quincena, Pedro picador, Rafael pagador, Negro pesador, vestidito de florecitas amarillas y moñitos cogidos con tiritas, iba yo, olor de «Noche Azul» en la cabeza, muslitos duros, pechito tieso, barriguita plana, yo, ingenio y sábado con aires de melaza, me hacen así, me enseñan el sobre, lo mueven, lo sacuden como una maraca, y yo, Celina, la hija de Cesáreo, «Potranca, eso eres, una potranca; vamos ponme ese disco, «qué bueno, qué bueno baila Celina», pasas, sábado de pago, pasas, sábado de quincena, pasas entre los grupos, pasan los días y los meses y tú creces, tumbándote los hombres, llevándote como «caña pal ingenio»; vienes un día borracha, a vaso vacío bebiendo en la bodega, te traen entre cuatro, te tiran, te brincan, te preñan, sí, ¿y el hijo? Mejor no hables de eso, cabo de la patrulla, abusador! No hables de eso, que estoy preñada, cabo, no me patée la barriga; siete meses más tarde, cuando te fuiste a un café de Macorís para que Cesáreo no te fuñera, ya metida de cabeza en esta vaina, no te salvaba nadie, cabo, no me patée la barriga, que estoy preñada, cabo, te entraron como a una conga y después, lunes temprano, cinco con setenticinco(*) por escándalo en la vía pública, ¡qué mal paso! Por eso digo que yo nunca di ningún paso. Me empujaron, eso fue. Me compraron. Me volvieron loca. «Vente conmigo -¿y qué me das? – Veinte con Filtro – ¿y de quién son? son de la Aurora – ¿y cuánto es? – Veinte centavos, nada más». Eso era yo, me hicieron igual que ese anuncio de los cigarrillos Aurora. Tenías que parar en un café, yo me decía, escote, mucho escote, pañuelito para amarrar el dinero, para hacerle un nudo, y esto, este chiste, este estornudo, este dolor de cabeza, esta mierda que se te volvió la vida sin que te dieras cuenta. Por eso preferiste dejarte llevar a nalgadas, a pellizcos, a mordidas en los hombros y en los senos. Nunca peleaste con la vida, ¿con qué vida? Que venga alguien y me demuestre que esto no es una burla, una vaina que me echaron. Si no, entonces yo hubiera estado muriéndome de risa, señora Celina hubiera sido, señorita Celina. ¡Bonita niña, esa! Pero no, pararías en un café, dejándote matar, poniéndote de carnada, a boca de jarro para que te reventaran noche tras noche y tú tratando de no llorar, de no quedar de fea, de no ponerte de ridículo; haciendo tu parte de juego sucio y aburrido, que te partieran el alma, que te gozaran y se cansaran de ti y se fueran al amanecer, dejándote más muerta que otra cosa, oyendo los gallos cantar, oyendo poco a poco la vida levantarse en la ciudad, a ronquidos de carros, a nombres de periódicos, a voces de noticieros, a niños llorando; y tú, ni Rubia ni China, ni Susana, sólo Celina para ti, cansada, con los nervios de punta, acritud de ron envejecido entre las tripas, quedar cansada, más que nunca, más que ninguna vez, llena de várices, de arrugas, de recuerdos ingratos.

Te han dejado. No sabes qué hora es, sólo que afuera sonará la vellonera, en algún sitio, quizás en el café de la Mauricio Báez donde una vez unos hombres te hicieron acostar con Dulce, por quince pesos, ¡qué caray! Alguna estará en tu esquina de la Duarte con el portamonedas apretado entre las manos, soportando el frío, paseándose como un gato por el techo; tú te la sabes todas, eres la Biblia, sabes más que un lápiz, sabes que el mundo sigue así, Celina. Mira las paredes blancas, la vida es una mierda y ahora se está callando todo a tu alrededor; un dificultoso estornudo y ves al cura, «Padre nuestro…» tú que te quieres morir «…hágase tu voluntad…» que no deseas ver más caras sino tumbar la cabeza y quedar así, tranquila, que te dejen quieta, lo estás viendo en este instante en que la vida sigue afuera como antes, «…así en la tierra como en el cielo…» te tocará en la frente, está pidiendo tu perdón,… «Por su culpa, por su culpa, por su grandísima culpa…» que te perdonen, ¿que te perdonen qué, Celina? Que te perdonen esta perra vida «…Amén!» esta cómica vida que te traga.

NOTA DEL ADMINISTRADOR

(*) "cinco con setenticinco" por escándalo en la vía pública... se refiere a las multas que imponían los tribunales por pequeñas ofensas a la ley.

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