sábado, 25 de noviembre de 2023

RIMBAUD: PASIÓN POR LO IMPOSIBLE

Un diálogo con el poeta maldito francés, que escribió poemas precoces y se exilió del mundo prematuramente

Por Rafael Narbona

Además: EL VERANO DE RIMBAUD: LA HUIDA FRUSTRADA A PARÍS EN PLENA GUERRA FRANCO-PRUSIANA

Yo también soñé con ser un artista adolescente, pero me faltó tu audacia y tu pasión por lo imposible. Yo también senté a la Belleza en mis rodillas y la injurié al descubrir que su rostro era amargo y venal. La Belleza es una prostituta que finge amarte en una pensión barata, susurrándote al oído que nadie le ha hecho sentir algo semejante. Yo también soñé con corazones que se abrían y liberaban ríos de arañas y murciélagos. Yo también soñé con falsas auroras, mañanas irrealizables e improbables reencuentros y no tardé en descubrir que la poesía puede ser un vino agrio, un veneno insidioso, una estrella enferma.

Al releer tus poemas, siento que una copa de cristal estalla en mi garganta. Tus versos son dos amantes que se inmolan en una pira, lamiéndose la piel con una lengua áspera, de perro sediento.

A los quince años ya eras un vidente que anunciaba la seriedad del suicido y la grandeza de las existencias malogradas. A los veinte arrojaste las palabras lejos de ti, asqueado de su triste quehacer. No te interesaba la eternidad ni el nombre exacto de las cosas. No querías ser un poeta laureado, sino un ladrón, un canalla, un forajido, un hombre libre, que se ríe de la moral y el pecado. De niño, paseabas por las calles con un cartel donde se leía: “Muera Dios”. A los dieciséis, ya eras un bandido adolescente, que se había regocijado con el baile de los ahorcados, títeres negros con lenguas cárdenas y ojos de espanto.

Aunque los hombres estaban en guerra, no te interesaban sus querellas. Sentías el mismo desprecio por todas las banderas. La sombra roja de la Comuna de París te deslumbró durante un tiempo, pero enseguida descubriste que no deseabas ser un revolucionario, sino un alquimista, un chamán, un nigromante. Aunque pertenecías a la familia humana, no experimentabas ningún amor por tus semejantes. No apreciabas ninguna diferencia entre obreros y burgueses, proletarios y explotadores, hombres y mujeres. Todos te resultaban igualmente repulsivos.

Escribiste “Yo es otro”, pero el otro solo era para ti una tela de araña, una trampa mortal, un aire negro. Cuando llegaste a París, Victor Hugo afirmó que eras “Shakespeare niño”, pero en realidad eras un Calibán furioso, un caníbal que solo aceptaba la compañía del hachís y el ajenjo. Cuando alguien se acercaba a enseñarte un poema, le escupías en la cara. Verlaine se enamoró de ti y te invitó a su casa: “Ven, querida gran alma. Te esperamos, te queremos”.

Verlaine te acogió con su joven esposa Mathilde Mauté, una “virgen demente”, una doncella de diecisiete años monstruosamente embarazada y acostumbrada a la violencia de un esposo con aspecto de fauno. Enseguida os hicisteis amantes. Enseguida comenzaron las reyertas y las humillaciones. Os marchasteis a Londres, abandonando a Mathilde con su hijo, el triste fruto de un matrimonio aciago. Vivisteis en la pobreza en Bloomsbury y en Camden Town. Cuando anunciaste que te marchabas, Verlaine enloqueció. No era la primera ruptura, pero esta vez tu determinación parecía inquebrantable.

Verlaine te disparó y te hirió en la muñeca. La justicia le envió a prisión, pese a tus súplicas de indulgencia. Después de esa experiencia, renunciaste a escribir, pero no a ser una canalla, un forajido, un hombre sin miedo a pecar y a extraviarse en el último círculo del infierno. Te enrolaste en el ejército holandés para viajar a Java. Desertaste, convirtiéndote en prófugo. Viajaste a Chipre y a Yemen. En Adén, hiciste el amor con las nativas y paseaste por plazas y calles con una abisinia, que te amó sin esperar nada a cambio. En Harar, Etiopía, empezaste tu carrera como traficante de armas.

Te gustaba fotografiarte con rifles y una pipa, sin ocultar tu arrogancia de blanco europeo que no se avergüenza de esclavizar a los pueblos inferiores. Algunos dicen que comerciabas con los nativos, capturándolos en sus aldeas y vendiéndolos a los capitanes de barco que se dirigían a la joven América, donde les aguardaban las plantaciones de algodón y los capataces brutales. Hiciste una pequeña fortuna, pero tu rodilla derecha era un árbol enfermo, que propagaba el cáncer por tus huesos.

Regresaste a Marsella y te amputaron la pierna, pero ya era demasiado tarde. Tu hermana Isabelle te cuidó durante largas semanas. Mientras agonizabas, dibujó tu rostro una y otra vez. Ya no eras un joven hermoso, sino un hombre de 37 años con los días contados. “Dentro de poco yo estaré bajo tierra y tú caminarás bajo el sol”, le dijiste a Isabelle, aceptando que un capellán absolviera tu alma sufriente y desfallecida. Ya conocías el infierno y te preguntabas si existía el paraíso.

Tal vez el miedo se apoderó de ti en el último momento, pero nunca buscaste la paz ni la fraternidad. Ser otro no significó para ti adentrarse en el otro, sino liberarse del yo para bailar ebrio y desnudo. El amor siempre te pareció una farsa, un viaje estéril por la carne. Tú único anhelo era desordenar los sentidos y atisbar lo incomprensible. No creías en Dios, pero sí en tus iluminaciones, que hablaban de relámpagos y vigilias, lejanías y confines, albañales y cimas. Sabías que el yo no piensa ni escribe. Nos escriben y nos piensan los otros. Nunca presumiste de hombre civilizado.

Eras un bárbaro que festejaba la sangre y los cielos llenos de pavesas escupidas por ciudades en llamas. Descubriste el color de las vocales y el estridor del silencio. A veces he envidiado tu vida y tu muerte, tus poemas precoces y tu prematuro exilio del mundo. ¿Dónde estás ahora? ¿En el infierno, reconciliado con la Belleza y con la risa de los niños? ¿O sigues con nosotros, escuchando la fanfarria atroz de este tiempo de asesinos? Siento tu presencia cuando escribo, pero no es una compañía benévola, sino una mirada feroz que celebra el vértigo de no ser.

Publicado el 21 noviembre de 2023 en El Cultural



EL VERANO DE RIMBAUD: LA HUIDA FRUSTRADA A PARÍS EN PLENA GUERRA FRANCO-PRUSIANA
Por Jaime Cedillo

El 29 de agosto de 1870, el poeta escapó de las garras de su madre con solo 15 años y fue detenido en la Estación del Norte

El verano de 1870 fue más aburrido que nunca en la localidad francesa de Charleville-Mézières. La familia de Arthur Rimbaud había planeado pasar unas semanas en el campo, pero acababa de estallar la guerra franco-prusiana. Cuando Napoléon III agotaba sus últimas horas al frente del Segundo Imperio y la III República estaba a punto de proclamarse, lo único que, por momentos, libraba del hastío al poeta en ciernes eran los paseos por los parajes de la Ardena, región montañosa llena de bosques y prados en la frontera con Bélgica.

Le gustaba perderse por la orilla del Río Mosa e imaginar los versos que darían forma a sus primeros poemas, que empezaban a ser celebrados y reconocidos en su colegio. Sylvain Tesson, ganador del Premio Goncourt de Novela Corta en 2009, reivindica la genialidad del poeta críptico en Un verano con Rimbaud (Taurus). Además de consignar episodios cruciales de su vida, auscultar su atribulada personalidad, esclarecer el contexto en el que sobrevive y escrutar la trascendencia de su legado, conviene que “no hay nada que entender” en su poesía. Y se apoya en un verso que el propio Rimbaud escribe en Iluminaciones: “Sólo yo tengo la clave de esta parada salvaje”.

Antes de ser señalado como el referente de las vanguardias poéticas junto a los simbolistas Mallarmé y Verlaine, que lo dispararía en la muñeca tras una turbulenta relación, en 1870 fue decisiva la llegada a su colegio del profesor de Retórica. Georges Izambard, solo seis años mayor que él, le descubrió a Baudelaire y a Victor Hugo y potenció sus dotes para la poesía, aunque Rimbaud ya había dado muestras de su distanciamiento con los cánones.

Al final del curso, Izambard se marchó a su pueblo, Douai, pero dejó al alumno al cuidado de su biblioteca, un espacio confortable y fresco, refugiado del calor asfixiante. Hacia finales de agosto, Rimbaud había devorado todos los libros. Se lo contó en una carta, donde también le transmitió su zozobra: “Esperaba baños de sol, paseos infinitos, descanso, viajes, aventuras; en fin, cosas de bohemios”.

La difícil relación con su madre tampoco contribuyó a mitigar su desasosiego. Vitalie Cuif fue abandonada por su marido, que le dejó a cargo de cuatro hijos, cuando Rimbaud tenía cuatro años. Se volvió severa, intransigente, insoportable, en fin, para el poeta en plena adolescencia. Frederic, su hermano mayor, se acababa de alistar en el ejército. Arthur se había quedado solo con sus dos hermanas y su madre.

En uno de los pocos paseos que dieron en aquel verano, Rimbaud se ausentó con el pretexto de haber olvidado un libro. Pero ya no volvió. Su destino era París, donde bullían los estímulos literarios de aquel país convulso. Corría el 29 de agosto de 1870, el poeta tenía 15 años y solo faltaban tres días para que comenzara la Batalla de Sedan, antecedente inmediato de la proclamación de la III República, una vez derrotado el ejército francés y capturado Napoleón III.

Rimbaud solo tenía dinero para comprar un billete hasta San Quintín, pero aspiraba a burlar la seguridad cuando llegase a la capital. “Allá iba, con los puños en los bolsillos rotos”, escribiría después en “Mi bohemia”. Fue detenido en la estación del Norte y trasladado inmediatamente a la prisión de Mazas. El 5 de septiembre escribió a Izambard rogándole que se hiciera cargo de la deuda. El profesor trató de que fuera enviado directamente a Charleville, pero las comunicaciones con la región de la Ardena estaban interrumpidas por la guerra. Lo recibiría, por tanto, en su casa.

A su llegada a Douai, solo cuatro días más tarde, Rimbaud esgrime un relato inflamado de los hechos: un interrogatorio extenuante, el momento en que le despojan de su ropa para desinfectarlo… Lo que sí fue verdad es que cogió piojos durante el encarcelamiento. Fue atendido por las hermanas Gindre, que habían criado a Izambard desde que murió su madre. Hasta entonces, Rimbaud no había experimentado semejantes muestras de afecto. Enid Starkie sugiere en Rimbaud. Una biografía (Siruela, 2007) que “las tías de Izambard” –así las llamaba el poeta– son las destinatarias del poema “Les Chercheuses de poux”.

Fueron, en todo caso, las mejores semanas de su vida. Poemas como “Sensación” o “El barco ebrio”, en el que evidencia su genio precoz al recrear el mar con insólita brillantez sin haberlo visto nunca, se distancian mucho de las tinieblas que envuelven Una temporada en el infierno, escrito tras romper con Verlaine. Los de 1870 son poemas bucólicos, están preñados de pureza, esperanza hacia lo desconocido y emoción ante lo prohibido, aunque ni estos ni los siguientes tuvieron lectores mientras vivió.

Aquellos días conoce al poeta Paul Demeny, viejo amigo de Izambard y director de una casa editorial, la Libraire Artistique. Rimbaud, convencido de su futuro en la literatura, le entrega quince poemas, acaso con el deseo de que fueran publicados. En la correspondencia mantenida posteriormente, Rimbaud le habla de la famosa idea del doble en su poesía. “Yo soy otro”, escribe, y esa conciencia del desdoblamiento en su escritura hermetizaría aún más sus composiciones.

La guerra se había recrudecido hacia mediados de septiembre. Izambard ingresa voluntariamente en la Guardia Nacional. A Rimbaud también lo admiten en los entrenamientos militares, pero no le dejan llevar fusil por su edad. La carta en que reclama al alcalde de Douai que permita las armas a quienes estén preparados para combatir al ejército prusiano es una muestra más de su rebeldía.

Mientras tanto, su madre estaba desesperada. Sin recibir noticias, llegó a pensar que había sido capturado por los alemanes. Cuando Izambard por fin logra comunicarse con ella, se muestra tajante con el profesor en una carta a finales de septiembre: “¡Atrápelo, que venga inmediatamente!” Con el objetivo de apaciguar los ánimos de su madre, Izambard decide acompañar a Rimbaud hasta su casa.
Pero Vitalie Cuif ya había decidido molerlo a palos. Así lo hizo, mientras increpaba también al profesor, que huyó “bajo el aguacero”, según escribió en las memorias que relatan su relación con el poeta. La paliza de su madre no disuadió a Rimbaud de volver a fugarse. Se fue al mes siguiente, y unas cuantas veces más, pero en ninguna de las escapadas posteriores se sintió tan dichoso como en la de aquel verano.

TRAFICANTE EN ÁFRICA

Tras su ruptura con Verlaine, trata de ser comerciante, alistarse en el ejército, viaja a Alemania, Italia, Egipto, Java, Chipre... hasta que se establece en Abisinia (actual Etiopía). Como corresponsal de la sucursal Bardey en Harar, trafica con mercancías y armas –vende fusiles al emperador–, con marfil y camellos, comercia con café. En 1889 escribe a Alfred Ilg, su proveedor: “Le confirmo muy seriamente mi petición de una buena mula y dos muchachos esclavos”. Lo recoge una de sus Cartas de África, publicadas por Gallo Nero en 2016.

Publicado el 8 de agosto de 2023, en El Cultural



BIOGRAFÍA DE ARTHUR RIMBAUD

Jean Nicolas Arthur Rimbaud (Charleville, 20 de octubre de 1854-Marsella, 10 de noviembre de 1891), conocido como Arthur Rimbaud, fue un poeta francés simbolista, célebre por su poesía transgresiva y temáticas surreales que influyeron en la literatura y artes modernas como el decadentismo, la prefiguración del surrealismo y la generación beat. Rimbaud es considerado por el Nobel de Literatura Albert Camus sobre los poetas, como «el más grande de todos».

Nació en Charleville, comenzó a escribir a la corta edad de dieciséis años poemarios parnasionistas y luego simbolistas que publicaba en diarios. Abandonó su hogar para ir a París en medio de la Guerra franco-prusiana y la crisis que afectaba a su país. Tuvo una desastrosa relación amorosa adúltera con el poeta simbolista francés Paul Verlaine, con quien después se fue a Inglaterra; donde vivieron pobremente; vuelve a Francia tiempo después, de esta experiencia escribe la única obra que fue publicada por él mismo: Una temporada en el infierno.

Durante su adolescencia tardía y su edad adulta temprana comenzó la mayor parte de su producción literaria, luego dejó de escribir por completo a la edad de 20 años, después de reunir una de sus principales obras, Illuminations: poesía en prosa, a excepción de Marina y Movimiento, escritos en verso libre y fue uno de los primeros europeos en usarlo junto con Jules Laforgue, Gustave Kahn y Stéphane Mallarmé. (Siga leyendo en Wikipedia

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